8/5/12

La Memoria...
Más Allá de la "Verdad" de los Hechos 

por la Profesora Laura Benadiba *

“El recuerdo narrado es producto de una selección, y por lo mismo va acompañado de silencios y olvidos. Quien recuerda procura crear una identidad consigo mismo que armonice el pasado y el presente. A la vez, muestra un afán por inscribir su vivencia individual en su mundo, ya en conflicto, ya en acuerdo. La memoria es entonces un campo de acción en que continuamente se negocian las percepciones de ser y estar en el mundo. La evidencia fáctica aparece así contextuada por una interpretación de la vida, de manera que la acción de recordar en sí resulta históricamente significativa. Los datos duros que arroja la entrevista, si bien importantes, lo son en menor grado que la memoria como proceso histórico” (1) 

Cuando leí por primera vez esta frase hacía varios años que había descubierto la metodología de la Historia Oral y tenía bastante experiencia haciendo entrevistas o capacitando a distintos sectores de la comunidad en la construcción de fuentes orales. Hoy, que estoy escribiendo este artículo, la vuelvo a elegir porque creo que es el punto de partida que, como entrevistadores, tenemos que tener en cuenta a la hora de analizar un testimonio oral.

Definir a la memoria como “un campo de acción” es en realidad la imagen que se me viene a la mente cuando pienso en ella. ¿Cómo no va a ser un campo de acción si a partir de la memoria de una persona podemos tener acceso a sus recuerdos, sus vivencias y a la vez, podemos ser testigos de sus diferentes y muchas veces, ignoradas - hasta el momento de la entrevista- “percepciones de ser y estar en el mundo”?

Si pensamos en los tiempos en los que ya se había conformando el Estado Nacional Argentino, vemos como la enseñanza de la Historia ya era considerada, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, como un medio para homogeneizar la idea de Nación que las clases dominantes tenían en mente, que es lo mismo que decir, establecer, desde el Estado la verdad histórica que convenía a los fines del modelo económico –político que se estaba afianzando. Había que buscar un pasado común para todos, más aún teniendo en cuenta la gran afluencia de inmigrantes que a su vez traían su “propio pasado, sus propias verdades” que podrían resultar un obstáculo para la construcción de “esa verdad” que se quería imponer. Algunos dirigentes de esa época advirtieron que el proceso social y cultural no podía dejarse en manos de la espontaneidad y desde el Estado se empezó a prestar atención a las celebraciones de las llamadas “fiestas patrias”, al escudo nacional, a los símbolos, a las estatuas en los patios de las escuelas y a la enseñanza del pasado. Recursos, que por otro lado, reforzarían la incorporación en el imaginario colectivo de la “verdad hegemónica establecida”. 

“Verdades” establecidas por decreto 

A los 13 años - lo recuerdo muy bien - decidí que quería estudiar Historia, por varias razones. Entre ellas estaba la necesidad de buscar la verdad de los hechos (ni siquiera se hablaba por ese entonces de procesos históricos) que me enseñaban. A pesar de que me apasionaba leer los libros, lo que los maestros y profesores me transmitían era un pasado fragmentado, con héroes que construían nuestra nación a fuerza de batallas y batallas que para mí no eran más que dos espadas cruzadas en un mapa que ni siquiera podía entender.(2) Es más, esos héroes eran buenos para algunos docentes y malos para otros. Tampoco nos explicaban porqué, cada uno decía que era “la verdad” de la Historia y nosotros teníamos que memorizarla. Ni que decir, unos años más tarde en la época de la última dictadura militar, cuando la verdad también era una sola y todos tenían que acordar con ella. La Historia, por ese entones, era un veredicto!

El 10 de diciembre de 1983 Alfonsín asumió la presidencia. Las generaciones que vivimos ese momento, recordamos el entusiasmo y el fervor de la mayoría de los argentinos. Era como si de repente, todos quisiéramos romper con un pasado, que estaba muy vivo entre nosotros, pero que queríamos dejar atrás. 

En mi caso, como adolescente, se trataba de un pasado que no había vivido de manera consciente y que aparecía ante mi todo junto, de golpe y resignificado a través de toda la información que aparecía en los medios de comunicación. (3) Y claro! Si hasta ese momento la “verdad histórica” me había sido trasmitida a través de libros que sólo llegaban hasta 1955 y galardonada de laureles que sólo los militares habían sabido conseguir.

Después, el Juicio a las Juntas, en 1985, instaló en la gente la sensación de que había un cambio y que un nuevo ciclo histórico comenzaba en la Argentina que iba a romper para siempre con el pasado. El juicio venía a representar una “cierta refundación” del Estado y la Sociedad. Pero la condena aplicada por la justicia a los comandantes no logró cerrar el tema de las violaciones de los derechos humanos, no logró cortar con el pasado que se “debía olvidar”, situación que luego quedó evidenciada con las sucesivos mantos de impunidad que fueron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Entre 1986 y 1990 se limitaron las posibilidades de que la justicia interviniera en la investigación del pasado y sancionara a los culpables.

Por esos años había terminado la secundaria y lo que pude advertir fueron cambios abruptos en la vida cotidiana. Se podía ir al colegio con el pelo suelto, las escuelas empezaron a ser mixtas y se permitía la organización de centros de estudiantes. Pasé el primer año del profesorado de Historia entre marchas estudiantiles a favor de los derechos humanos y el descubrimiento de un pasado de horror que me daba impotencia y miedo. Si la realidad estaba llena de tensiones y conflictos, mi memoria, construida por la experiencia de otros y por la propia necesidad de resignificar mi propia experiencia, no iba a ser una excepción. (4) Después, durante el Menemismo se instaló la idea de que era necesario un borrón y cuenta nueva para fortalecer la transición a la democracia. El olvido se instalaba en el poder. Ya no sólo no convenía saber qué pasó sino que además había que ocultarlo. “El perdón por decreto abrió las celdas, pero no logró borrar de la memoria los crímenes cometidos; quienes bajo el terrorismo de Estado habían abierto el camino hacia la verdad continuaron su búsqueda.” (5)

Ansia - Angel Luis Gotor Arellano
Participante del II Concurso Internacional de Artes Plásticas Crepúsculo 

Y fue en este momento cuando empecé, ya con la responsabilidad de ser docente, a buscar la “ verdad” confrontando lo que leía en los libros y lo que me decían los que habían vivido ese proceso histórico tan traumático que fue la última dictadura militar de 1976- 1983. Y me di cuenta que esa “verdad” estaba en otro lado. Que la educación que había recibido era una sucesión de “verdades establecidas por decreto”.

Y fue en ese momento que en mi memoria, como campo de acción, empecé a encontrar la explicación de mis propios recuerdos y experiencias, que hasta ese momento, como debía ser, no me enseñaron a cuestionar.

Fue en el año 1993 cuando me encuentro con la Historia Oral (6) y me doy cuenta que un adolescente que estaba haciendo una entrevista- en ese momento era a un inmigrante que había llegado de Polonia en 1922- podía acercase al conocimiento histórico a partir de una experiencia de vida y que la construcción por su parte de la fuente oral- es decir el testimonio- se había logrado con una investigación previa de otras fuentes.

Si bien las fuentes orales tienen validez informativa y nos permiten conseguir testimonios reveladores sobre acontecimientos pasados, lo más singular y precioso es que introducen la subjetividad del hablante. De esta manera, el testimonio oral se transforma en una fuente muy valiosa que representa al ser construida desde el presente, las maneras en las que los individuos y las sociedades han extraído un significado de las experiencias pasadas. Cuando el entrevistado recuerda lo hace “desde el presente”, por lo tanto, ese recuerdo no necesariamente se relaciona con lo que vivió. Como señala Portelli: “Las fuentes orales nos dicen no solo lo que la gente hizo, sino lo que deseaba hacer, lo que creía estar haciendo y lo que ahora piensan que hicieron”. (7) Después de todo cuando estamos haciendo una investigación sobre la Historia de la Educación, por ejemplo, y recurrimos a fuentes escritas como puede ser un libro de actas ¿no estamos ante la posibilidad de que lo que esté escrito allí no sea lo que haya sucedido en esa reunión sino lo que era necesario escribir? Es decir, la verdad histórica tampoco está allí.

Con la recuperación de los testimonios orales se puede analizar cómo el pasado está presente en las prácticas cotidianas y cómo influye en la manera de pensar y de actuar en el presente. “La Historia Oral no es simplemente la voz del pasado, es un registro vivo de la interacción completa entre el pasado y el presente con cada individuo y en la sociedad. Si la historia no sólo se ocupa de averiguar acerca del pasado, sino que también trata la importancia del pasado en el presente, entonces la Historia Oral proporciona una llave con la cual podemos abrir y desentrañar esa relación”. (8) Esta característica es muy importante porque difiere de la forma en que nos enseñaban – al menos a mi- Historia. El pasado no pasó, y cuando hacemos una entrevista nos damos cuenta que ese pasado persiste en algunas de nuestras costumbres, por ejemplo, en prácticas políticas, en lo que comemos, etc. 

En una entrevista que le realizara al historiador italiano Giovanni Levi le pregunté ¿cuáles son las principales precauciones metodológicas que hay que tener frente a los testimonios orales? A lo que él respondió: “Son fuentes que al mismo tiempo que se crean —y es muy importante crearlas— tienen problemas profundos que no siempre tienen presentes los historiadores que utilizan la Historia Oral. Creo que los trabajos de Alessandro Portelli por ejemplo o de Maurizio y de Gabriella Gribaudi son importantes correctores de las patologías dominantes que padece esta metodología, porque ponen explícitamente en el centro de sus trabajos la discusión de la falacia de la memoria y de la narración.

Éticamente: todos los historiadores deben tratar a sus antepasados con respeto y humanidad. Son los vivos los que nos dicen de sus experiencias. Esa es la gran enseñanza que nos dan: la diferencia que debemos entender y respetar” (9)

Por eso para mí la verdad histórica es sólo la meta a la que debo apuntar cuando estoy interpretando la historia a partir de fuentes escritas y orales y su necesaria confrontación. Por suerte, mi experiencia me dice que esa “verdad” se construye teniendo en cuenta las diversas experiencias de cada persona, el contexto histórico que le tocó vivir y sobre todo ( y esto corresponde también para el Historiador) el presente desde el que hace una entrevista, o interpreta un documento escrito y sobre todo, las necesidades que lo llevan a encontrar las respuestas ante un problema del presente.

Por eso quiero terminar esta reflexión, a partir de mi experiencia con las palabras de Alessandro Portelli “(...)me fascina la importancia de los relatos erróneos, de los mitos, de las leyendas, de los silencios que se han espesado y reunido alrededor de estos hechos. La historia Oral, en realidad, distingue entre hechos y relatos, entre historia y memoria, justamente porque considera que los relatos y la memoria son ellos mismos hechos históricos. Que una versión errada de la historia se vuelva sentido común no nos llama solamente a rectificar la reconstrucción de los hechos, sino también a interrogarnos sobre cómo y por qué este sentido común se ha construido, sobre su significado y sobre su utilidad. La credibilidad específica de las fuentes orales consiste en el hecho de que, aunque no correspondan a los hechos, las discrepancias y los errores son hechos en sí mismos, signos reveladores que remiten al tiempo del deseo y del dolor y a la difícil búsqueda del sentido.” (10)

Entonces, para abrir el diálogo con el lector y parafraseando a Ronald Fraser ¿De quién es la verdad histórica? ¿De quiénes la han vivido o de quienes la han escrito? Ni de unos ni de otros, por supuesto, porque no pertenece a nadie, sino que es un debate continuo, de duración indefinida”. 

NOTAS:
(1) - Necoechea Gracia, Gerardo “Después de vivir un siglo”. Ensayos de Historia Oral. Biblioteca INAH. Instituto nacional de Antropología e Historia. México. 2005. Págs. 15 y 16.
(2) - Con dos espadas cruzadas se referencia en los mapas históricos el campo de batalla.
(3) - Benadiba, Laura: Historia Oral, Relatos y memorias. Editorial Maipue, Buenos Aires,. 2007, reedición 2011. Página 123
(4) - Benadiba, Laura: Historia Oral, Relatos y memorias. Editorial Maipue, Buenos Aires, Página 2007, reedición 2011. Página 126.
(5) - María Dolores Béjar y María Amieva. "Educación y Memoria. La Justicia Silenciada. 1886 – 1990". (Dossier). Revista Puentes. Año 2000. 
(6) - Podemos definir a la Historia Oral como un procedimiento establecido para la construcción de nuevas fuentes para la investigación histórica, con base en testimonios orales recogidos sistemáticamente bajo métodos, problemas y puntos de partida teóricos explícitos. Su análisis supone la existencia de un cuerpo teórico que se organiza a partir de la instrumentación de una metodología y un conjunto de técnicas específicas, entre las que ocupa un lugar fundamental la entrevista grabada y/o filmada. En Benadiba/ Plotinsky: Historia Oral. Construcción del archivo histórico escolar. Una herramienta para la enseñanza de las ciencias sociales. Ediciones Novedades Educativas. Buenos Aires. México. 2001. Pág. 21.
(7) - Portelli, Alessandro “Lo que hace diferente a la Historia Oral” en Dora Schzwarztein (comp). La Historia Oral. Centro Editor de América Latina, 1991, página 47.
(8) - Comentario sobre la conferencia de Alistair Thomson. “Memorias poco confiables. Uso y abuso de la Historia Oral”.Op. cit.; pp. 28, 29 y 30. 
(9) - Benadiba, Laura: Entrevista a Giovanni Levi . El reto de interpretar. La Historia Oral como “didáctica de la diferencia causada por el tiempo”, en http://www.12ntes.com/wp-content/uploads/entrevista-agiovanni-def.pdf
(10) - Portelli, Alessandro: La orden ya fue ejecutada. Roma, las fosas ardeatinas, la memoria. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 2003. Página 27. 

Historiadora. Especialista en la metodología de la Historia Oral.
Presidenta de la Asociación Otras Memorias: 
www.otrasmemorias.com. ar
Directora del Programa de Historia Oral de la Escuela ORT http://www.campus.almagro.ort.edu.ar/cienciassociales/historiaoral

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