5/4/20

Marta Cora Noziglia


 Por Graciela Linari




Casi nonagenaria - dicho con ad­miración y respeto - Marta Cora Noziglia enfrenta su "primera vez".

Maestra egresada en 1947, de la Escuela Normal Nacional de Quilmes, esta abuela varelense, emprendedora y acti­va, disfruta de la publicación de un libro. Su primer libro. Un hijo de papel en el que recoge retazos de sus más de treinta años de trayectoria docente. 

"Historias de pupitres", tal el tí­tulo, aclara desde el comienzo que "no es un libro, sino que quien vuelve sus páginas descubre a un ser humano con sus dudas, aciertos y errores", como acla­ra un breve texto manuscrito que inserta en la primera página, texto que, además, permite admirar la caligrafía prolija y nor­malizada de las maestras de antaño.


Iniciada en la docencia hace se­tenta años en una escuela privada cerca­na al Aeropuerto Internacional de Ezeiza - que aún estaba en construcción - debu­tó al frente de un sexto grado con un "ho­rror" ortográfico. Los nervios del primer día le hicieron escribir en el pizarrón la primera consigna: tema "Los Berbos", consigna que raudamente, ante la ver­güenza del momento, transformó en propuesta educativa. Dirigiéndose a los alum­nos que le habían señalado el error les dijo que había sido intencional para veri­ficar si estaban atentos y descubrían la equivocación.

Cuenta la autora en esta primera anécdota que allí descubrió una herra­mienta útil para involucrar a los estudian­tes en el aprendizaje, incentivándolos a involucrarse en la búsqueda del conoci­miento.

“SOY NADA MÁS Y NADA MENOS QUE MAESTRA...”

Página a página del breve librito, Marta va enhebrando historias... su pri­mer día como maestra, cuando al dirigirse hacia la escuela le pareció "que el sol bri­llaba más que nunca", también cuando al concluir otra jonada entendió que los términos del aprendizaje se habían inver­tido y que era ella quien había recibido enseñanza ese día, lo que la llevó a com­prender que "en toda duda siempre hay una esperanza oculta".

Jugar con las palabras... iniciar­los en la versificación... narrarles cuen­tos para ayudarlos a encontrar en ellos líneas de conducta... preservar la ino­cencia de aquellos pequeños de guarda­polvo blanco que abrevaban en sus pala­bras y en su ejemplo... Y al llegar la tarde, “la hora de. dar a los niños el último adiós” [1], la despedida... Tema, esta vez, "Los Verbos". Aprender, ayer aprendie­ron, mañana otros aprenderán; amar, tan­to como aquel pequeño que un día, dis­traído, en vez de «señorita» le dijo «mami»; dar, alegría, belleza, sangre; re­cordar, hacer memoria cuando la vida los llame a pasar al frente; partir, acción difí­cil, decir adiós y triunfar, lograr lo que ambicionamos: ser felices.

Quedan en esas páginas algunos momentos de su larga vida, escritos so­bre antiguos pupitres, testigos mudos de ya envejecidos guardapolvos blancos...

Marta, feliz, triunfadora. Nada más y nada menos que una maestra.

Graciela Linari

Tomamos esta página de la revista “Palabras con historia” de Graciela Linari, de marzo de 2018, que fue publicada en el Blog "El Quilmero" el 2 de abril de 2020 y el 3 de agosto de 2019

NOTA
[1] Del poema «Adiós a la maestra», de Pedro B. Palacios.

ADDENDA

Obrera sublime,
bendita señora:
la tarde ha llegado
también para vos.

¡La tarde, que dice:
descanso!…la hora
de dar a los niños
el último adiós.

Mas no desespere
la santa maestra:
no todo en el mundo
del todo se va;

usted será siempre
la brújula nuestra,
¡la sola querida
segunda mamá!

Pasando los meses,
pasando los años,
seremos adultos,
geniales tal vez…

¡mas nunca los hechos
más grandes o extraños
desfloran del todo
la eterna niñez!

En medio a los rostros
que amante conserva
la noble, la pura
memoria filial,

cual una solemne
visión de Minerva,
su imagen, señora,
tendrá su sitial.

Y allí donde quiera
la ley del ambiente
nimbar nuestras vidas,
clavar nuestra cruz,

la escuela ha de alzarse
fantásticamente,
cual una suntuosa
gran torre de luz.

¡No gima, no llore
la santa maestra:
no todo en el mundo
del todo se va;

usted será siempre
la brújula nuestra,
¡la sola querida
segunda mamá!

Pedro Bonifacio Palacios 1854-1917 (Almafuerte)

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ENTREVISTA PUBLICADA EN "CIUDAD EN LÍNEA" 
EL 1 DE ENERO DE 2018
 Por Alejandro César Suárez



Nacida el 9 de agosto de 1929 en Villa Vatteone, Florencio Varela, Marta Noziglia tuvo seis hermanos: dos mujeres y cuatro varones. Todos ellos estudiaron piano, que una profesora iba a enseñarles a domicilio, pero el más destacado fue «Chiquito»: el recordado Alberto, escritor y jurado de los Premios Mi Ciudad. También estudió Humanidades pero abandonó la carrera al casarse con Eduardo Cerullo, con quien tuvo tres hijos: Gustavo, Sergio y Esteban. Tiene nueve nietos y cinco bisnietos. Su vocación fue la docencia y la ejerció durante más de tres décadas. Su memoria asombra y su vitalidad es una alegría para su familia. Hasta no hace mucho, manejaba la moto de agua de uno de sus hijos, y a los 88 años, acaba de editar su primer libro, «Historias de Pupitres», donde reúne vivencias de su paso por las aulas, aunque reconoce que siempre fue una gran lectora y la literatura y la poesía la apasionaron desde muy joven. En su charla, nos cuenta que cuando Gabriela Mistral ganó el Premio Nobel alguien le preguntó en forma despectiva: «¿Usted es nada más que maestra?» Y ella contestó: «Nada más ni nada menos que maestra». Marta también es así: ni más ni menos que eso.

-¿Qué trabajo tenían sus padres?
-Mi papá era ferroviario y mi mamá, ama de casa.
-¿Cómo eran?
-Papá era muy católico y faltar a misa era un pecado. A la noche recorría las habitaciones a ver si habíamos dicho las oraciones. Mi hermana Amelia dirigía el Rosario. Íbamos caminando desde Villa Vatteone a la Iglesia de la Plaza, que era la única que había. Yo le pedía a Dios vivir cerca de la Iglesia… Ahora vivo a dos cuadras y no voy más. Mi papá murió a mis 18 años, y yo le preguntaba a mi hermano Pepe por qué no íbamos más a misa. Me contestó: «porque papá era la sustancia y nosotros la cáscara vacía». Como mi marido era evangélico me hice evangélica. Me gustaba leer la Biblia. Pero después nos hicimos ateos. Y más tarde, agnósticos. Finalmente volví al catolicismo.
-¿Quién cocinaba?
-En casa el que más cocinaba era mi papá, que ya estaba jubilado. Como buen italiano hacía polenta, fideos. Teníamos muchos árboles frutales, y yo me la pasaba arriba de los árboles comiendo naranjas y mandarinas.
-Parece que le hizo bien…
-Sí. Nunca me resfrié en mi vida, nunca tuve una gripe.
-¿Cómo era aquel Florencio Varela?
-Nos conocíamos todos. En las noches de verano nos sentábamos en las puertas de las casas con los vecinos, los mayores conversaban y los chiquitos jugábamos… Pasaba el panadero de la panadería de los Rodríguez con la jardinera, casa por casa.
-¿Recuerda alguna anécdota?
-En los terrenos de Mayol había muchas historias. El campo era enorme. Llegaba hasta Progreso, desde la Avenida Sarmiento. Él era de la sociedad de Buenos Aires y tenía estancias en otros lugares. Tuvo varios hijos con una mujer que vivía ahí, aunque nunca los reconoció. Una de esas hijas era Teresa Selva, que era bellísima. Y como no la había anotado no podía conseguir empleo. Pero un escribano la terminó inscribiendo, calculando su fecha de nacimiento, que no sabía. Esa mujer fue mi madrina y con ella andábamos a caballo. Mayol tenía un burro que se llamaba Pitágoras y era bravísimo. No podías tocar el alambrado porque se venía como loco, porque era guardián… Uno no se podía ni asomar. Un día lo mataron y Mayol estaba enloquecido. Nunca se supo quien lo mató. Mayol hizo el primer cine de Varela, el Cine Palais, en la calle Sallarés. Y quería construir un túnel desde su casa hasta Sallarés, para ir al cine. Una vez había un hombre arreglándole un molino, subido a la punta, con una pipa en la boca. Y Mayol le apuntó desde abajo y le sacó la pipa de un tiro. Era así de loco. Otra anécdota… Antes a los muertos los llevaban en una carroza, con caballos, por la avenida Sarmiento, que era de barro. Dos por tres los cajones se caían. Una vez un cajón se cayó tantas veces que lo terminaron enterrando en la avenida. Y los familiares iban a ponerle flores ahí. Después el asfalto le pasó por encima.
-¿A qué escuela fue?
-Fui a la Escuela 10. Tuve maestras muy exigentes, sobre todo respecto a la Educación. Nos enseñaban a dejar pasar a los ancianos primero, a darles el lado de la pared, a levantarnos cuando entraba una persona mayor… Y también se enseñaba mucha Historia Argentina.
-¿A qué jugaba?
-Jugábamos mucho en la calle, que era de barro. A la escondida, a la mancha, a las figuritas… Fue una infancia muy linda, no había peligros. Y a la noche nos gustaba hablar de la luz mala, de los fantasmas. Yo vivía en 3 de Febrero y Florida. La Directora nos hacía firmar a los alumnos pidiendo que asfaltaran la calle… La calle Progreso se llamaba así porque era la única empedrada. Después asfaltaron todas las de alrededor y esa quedó con las piedras…
-¿Quiénes eran los amigos del barrio?
-Los Vaccaro, los Cerignale: Nelly y Chola eran muy buenas. La mayor era Elvira, que era muy linda, y Rosita. Nair era de mi edad. Yo las quería muchísimo. Y los hermanos, Pedrito y Pilo.
-¿Tuvo algún juguete especial?
-Un triciclo que le había pedido a los Reyes y me lo trajeron.
-¿Dónde hizo la Secundaria?
-Como no había donde estudiar en Varela, a mi hermana Matilde la pusieron pupila en un colegio de monjas en Quilmes. Cuando yo terminé sexto grado quería estudiar, pero tuve que esperar que se recibiera Matilde, porque no se podía pagar. Di examen en una escuela normal de Quilmes que era gratuita, e ingresé. Iba con Susana Albarellos. Ella siguió bachillerato y después fue una muy buena médica. Y yo seguí para maestra. Me recibí a los 18 años. Era vanidosa y me creí que era algo extraordinario.
-¿Cómo tuvo su primer trabajo como docente?
-Mi hermano Héctor que trabajaba en La Plata como Inspector del Instituto de Menores le pidió a la esposa del Ministro Pistarini un empleo para mí. Y me nombraron en una escuela privada que era de ella, cerca del Aeropuerto de Ezeiza. Íbamos en un colectivo a buscar alumnos de varios lados. Yo tenía quinto y sexto grado. Vivía ahí de lunes a viernes. Los sábados me llevaban a Temperley y de ahí viajaba a Varela.
-¿Cómo fue su historia con Evita?
-Un día nos mandaron un montón de afiches de Perón y Eva Perón, porque la señora Eva Perón venía de visita a la escuela. Hicimos engrudo y los pegamos por todos lados. Cuando llegó, iba subiendo y dijo «qué alegría me dan, chicas, es el único lugar del aeropuerto donde veo fotos mías»… Era muy linda, muy blanca, un poco más baja que yo. Entonces se le acerca el Ministro de Educación, que era Menéndez de San Martín y tocó los afiches y le dijo a ella que estaban recién pegados… Después entraron a la Dirección y vio ahí un gran retrato de Pistarini y de su esposa. Y se ve que se enojó. Como nosotras éramos todas maestras jóvenes, queríamos ser maestras del Ministerio de Educación, y le decíamos: «Señora ¿Nos nombra?». Nos preguntó si estábamos afiliadas y le dijimos que sí, aunque no era verdad. Cuando se fue, fuimos a afiliarnos y no pudimos por el domicilio. Resulta que después nos citaron desde el Ministerio y fuimos diez maestras. Ni bien entramos el ministro nos dijo: «confiesen, ¿Cuánto hacía que habían pegado las fotos?». «Es que quisimos engalanar la escuela», le respondimos. A los pocos días nos citó Eva Perón, al Ministerio de Trabajo. Ahí conocí a Hugo del Carril y a Juan Duarte. Cuando entré, ella tenía un cuaderno de un alumno mío y en él estaba un parangón entre Sarmiento y Pistarini que me habían pedido que hiciera en el colegio, que redactó mi hermano «Chiquito», y yo le había hecho copiar a todos. Cuando Eva lo vio me preguntó: «¿Y esto?» «Yo recibo órdenes», le contesté. Y me dijo: «la única figura que hay que resaltar es la de Perón»…
-¿Dónde siguió su carrera?
-Cuando la escuela pasó a ser del Estado enviaron dos interventores y a nosotras nos tomaron en el Ministerio de Obras Públicas. Ahí estuve un año y medio. Y un día me llegó un telegrama para que me presente en la residencia de Olivos. Asustada, fui, con mi hermano «Chiquito». Ahí me recibió un tal Renzi , que era el Secretario de Eva Perón, para decirme que me había nombrado en una «Escuela Láinez». Láinez era un ministro que creaba escuelas en distintas provincias. El 31 de octubre de 1951 me llegó el nombramiento en una Escuela Láinez de Monte Grande, con una carta del Secretario de Eva Perón donde decía que ella me había nombrado. La carta no le gustó mucho a la directora. Al principio se creían que yo era una espía, pero después se dieron cuenta de que no. Con mi trabajo le pude comprar un lavarropas a mi mamá que era algo no muy usual en esa época. Tuve los dos puestos hasta que renuncié al Ministerio.
-Hubieron otros colegios…
-Sí. Después pedí traslado a Varela. Y me nombraron en la Escuela 10. Por un tiempo tuve los dos trabajos. Corría a tomar el tren y me iba a Monte Grande. Mis hijos se acuerdan de que les cocinaba apurada y les ponía la ropa sin planchar. Y que les decía que «se les iba a planchar con el calor del cuerpo». Y también trabajé en la Escuela 2, en la 19, fui directora en la 10 y vicedirectora en la 14, donde me jubilé.
-¿Dónde conoció a su marido?
-En el cumpleaños de María Rosa Rocafull. Yo tenía unos 22 años. Me vio y parece que le gusté. Tiempo después hubo un baile, y María Rosa iba a ir con el novio pero no la dejaban si yo no iba con ellos. Me llevó y ahí lo volví a ver, aunque tenía novia y me quedé toda la noche sin bailar. Después, la novia se fue y nos acompañó hasta Constitución. Cuando se peleó con ella empezó a venir a Varela y nos pusimos de novios. Decía que se enamoró de esta ciudad, más que de mí…. Me llamaba «Alemana»…
-¿Cómo empezaron con la imprenta?
-El padre de mi esposo era encargado de una imprenta. Y él trabajaba en el mismo lugar. Cuando el padre murió lo echaron. Así que construimos en Villa Vatteone un galponcito, nos compramos una máquina y una tipografía. Era el año 1953 y yo todavía trabajaba en Monte Grande. Yo acomodaba los volantes que se imprimían. Más tarde Eduardo, gracias a Fonrouge, pudo entrar a la imprenta del Congreso, donde había una máquina que sólo él sabía manejar. Se jubiló ahí.
-¿Está contenta con la vida?
-Sí. Pero sufro mucho la soledad. Todos están muy ocupados. Las épocas cambiaron, y la tecnología hizo que la gente en lugar de tener más tiempo, tenga menos. Desde que me mudé a este departamento, tengo que estar sentada o acostada, así que salgo mucho a caminar. Pero acá no viene nadie… Me vienen a buscar mis hijos y me llevan a comer o a pasear. Siempre soy optimista. Pero al cumplir 88 años me doy cuenta lo poco que me falta.
-Nunca se sabe…
-No, nunca se sabe pero lo pienso. Y no me asusta la muerte. Creo en la reencarnación. Yo pienso que rige el libre albedrío y uno elige hasta dónde nacer. Yo les digo a mis hijos que en el futuro me voy a llamar Indira. Y que voy a nacer en el campo. Cuando encuentren una nena que se llame Indira, esa voy a ser yo… Yo no quiero que me entierren un un cementerio parque, sino en el cementerio de Florencio Varela. Mi marido siempre me llevaba a ver ahí una lápida muy graciosa que decía «A mi querida, abnegada y obediente mujer»… Yo nunca fui obediente. Antes las mujeres eran sometidas, ahora eso cambió.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Le pediría consejos para ser una buena persona. Que me guíe. Es un ser superior y tiene que guiarme. Y lo voy a obedecer.