7/9/11

Una mirada al maestro argentino en 1939

El presente artículo fue publicado el 20 de octubre de 1939, en la Revista Argentina, y firmado por Julio Florencio Cortázar, profesor, graduado en letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires, Argentina. Allí dirige a los futuros maestros y profesores una serie de reflexiones sobre el significado de la docencia y su función social. A pesar del tiempo transcurrido, las consideraciones expresadas no han perdido vigencia. 

“Esencia y misión del maestro” – por Julio Cortázar 

Escribo para quienes van a ser maestros en un futuro que ya casi es presente. Para quienes van a encontrarse repentinamente aislados de una vida que no tenía otros problemas que los inherentes a la condición de estudiante; y que, por lo tanto, era esencialmente distinta de la vida propia del hombre maduro. Se me ocurre que resulta necesario, en la Argentina, enfrentar al maestro con algunos aspectos de la realidad que sus cuatro años de Escuela Normal no siempre le han permitido conocer, por razones que acaso se desprendan de lo que sigue. Y que la lectura de estas líneas –que no tiene la menor intención de consejo- podrá tal vez mostrarles uno o varios ángulos insospechados de su misión a cumplir y de su conducta a mantener. 

Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente. El maestro tiende hasta la inteligencia, hacia el espíritu y finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano. Enseña aquello que es exterior al niño; pero debe cumplir asimismo el hondo viaje hacia el interior de ese espíritu y regresar de él trayendo, para maravilla de los ojos de su educando, la noción de bondad y la noción de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana. 

Nada de esto es fácil. Lo hipócrita debe ser desterrado, y he aquí el primer duro combate; porque los elementos negativos forman también parte de nuestro ser. Enseñar el bien, supone la previa noción del mal, permitir que el niño intuya la belleza no excluye la necesidad de hacerle saber lo no bello. Es entonces que la capacidad del que enseña –yo diría mejor: del que construye descubriendo- se pone a prueba. Es entonces que un número desoladoramente grande de maestros fracasa. Fracasa calladamente, sin que el mecanismo de nuestra enseñanza primaria se entere de su derrota; fracasa sin saberlo él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de su misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más, rindiendo rigurosa cuenta de la conducta y disciplina de sus alumnos. Fracasa convirtiéndose en lo que se suele denominar «un maestro correcto». Un mecanismo de relojería, limpio y brillante, pero sometido a la servil condición de toda máquina. 

Algún maestro así habremos tenido todos nosotros. Pero ojalá que quienes leen estas líneas hayan encontrado también, alguna vez, un verdadero maestro. Un maestro que sentía su misión; que la vivía. Un maestro como deberían ser todos los maestros en la Argentina. 

Lo pasado es pasado. Yo escribo para quienes van a ser educadores. Y la pregunta surge, entonces, imperativa: ¿Por qué fracasa un número tan elevado de maestros? De la respuesta, aquilatada en su justo valor por la nueva generación, puede depender el destino de las infancias futuras, que es como decir el destino del ser humano en cuanto sociedad y en cuanto tendencia al progreso. 

¿Puede contestarse la pregunta? ¿Es que acaso tiene respuesta? 

Yo poseo mi respuesta, relativa y acaso errada. Que juzgue quien me lee. Yo encuentro que el fracaso de tantos maestros argentinos obedece a la carencia de una verdadera cultura, de una cultura que no se apoye en el mero acopio de elementos intelectuales, sino que afiance sus raíces en el recto conocimiento de la esencia humana, de aquellos valores del espíritu que nos elevan por sobre lo animal. El vocablo «cultura» ha sufrido como tantos otros, un largo malentendido. Culto era quien había cumplido una carrera, el que había leído mucho; culto era el hombre que sabía idiomas y citaba a Tácito; culto era el profesor que desarrollaba el programa con abundante bibliografía auxiliar. Ser culto era –y es, para muchos- llevar en suma un prolijo archivo y recordar muchos nombres… 

Pero la cultura es eso y mucho más. El hombre –tendencias filosóficas actuales, novísimas, lo afirman a través del genio de Martín Heidegger- no es solamente un intelecto. El hombre es inteligencia, pero también sentimiento, y anhelo metafísico, y sentido religioso. El hombre es un compuesto; de la armonía de sus posibilidades surge la perfección. Por eso, ser culto significa atender al mismo tiempo a todos los valores y no meramente a los intelectuales. Ser culto es saber el sánscrito, si se quiere, pero también maravillarse ante un crepúsculo; ser culto es llenar fichas acerca de una disciplina que se cultiva con preferencia, pero también emocionarse con una música o un cuadro, o descubrir el íntimo secreto de un verso o de un niño. Y aún no he logrado precisar qué debe entenderse por cultura; los ejemplos resultan inútiles. Quizá se comprendiera mejor mi pensamiento decantado en este concepto de la cultura: la actitud integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad. 

Así tiene que ser el maestro. 

Y ahora, esta pregunta dirigida a la conciencia moral de los que se hallan comprendidos en ella: ¿Bastaron cuatro años de Escuela Normal para hacer del maestro un hombre culto? 

No; ello es evidente. Esos cuatro años han servido para integrar parte de lo que yo denominé más arriba «largo estudio»; han servido para enfrentar la inteligencia con los grandes problemas que la humanidad se ha planteado y ha buscado solucionar con su esfuerzo: el problema histórico, el científico, el literario, el pedagógico. Nada más, a pesar de la buena voluntad que hayan podido demostrar profesores y alumnos; a pesar del doble esfuerzo en procura de un debido nivel cultural. 

La Escuela Normal no basta para hacer al maestro. Y quien, luego de plegar con gesto orgulloso su diploma, se disponga a cumplir su tarea sin otro esfuerzo, ése es desde ya un maestro condenado al fracaso. Parecerá cruel y acaso falso; pero un hondo buceo en la conciencia de cada uno probará que es harto cierto. La Escuela Normal da elementos, variados y generosos, crea la noción del deber, de la misión; descubre los horizontes. Pero con los horizontes hay que hacer algo más que mirarlos desde lejos: hay que caminar hacia ellos y conquistarlos. 

El maestro debe llegar a la cultura mediante un largo estudio. Estudio de lo exterior, y estudio de sí mismo. Aristóteles y Sócrates: he ahí las dos actitudes. Uno, la visión de la realidad a través de sus múltiples ángulos; el otro, la visión de la realidad a través del cultivo de la propia personalidad. Y, esto hay que creerlo, ambas cosas no se logran por separado. Nadie se conoce a sí mismo sin haber bebido la ciencia ajena en inacabables horas de lecturas y de estudio; y nadie conoce el alma de los semejantes sin asistir primero al deslumbramiento de descubrirse a sí mismo. La cultura resulta así una actitud que nace imperceptiblemente; nadie puede despertarse mañana y decir: «Sé muchas cosas y nada más». La mejor prueba de cultura suele darla aquél que habla muy poco de sí mismo; porque la cultura no es una cosa, sino que es una visión; se es culto cuando el mundo se nos ofrece con la máxima amplitud; cuando los problemas menudos dejan de tener consistencia; cuando se descubre que lo cotidiano es lo falso, y que sólo lo más puro, lo más bello, lo más bueno, reside la esencia que el hombre busca. Cuando se comprende lo que verdaderamente quiere decir Dios. 

Al salir de la Escuela Normal, puede afirmarse que el estudio recién comienza. Queda lo más difícil, porque entonces se está solo, librado a la propia conducta. En el debilitamiento de los resortes morales, en el olvido de lo que de sagrado tiene es ser maestro, hay que buscar la razón de tantos fracasos. Pero en la voluntad que no reconoce términos, que no sabe de plazos fijos para el estudio, está la razón de muchos triunfos. En la Argentina ha habido y hay maestros: debería preguntárseles a ellos si les bastaron los cuatro años oficiales para adquirir la cultura que poseen. «El genio –dijo Buffon- es una larga paciencia». Nosotros no requerimos maestros geniales; sería absurdo. Pero todo saber supone una larga paciencia. Alguien afirmó, sencillamente, que nada se conquista sin sacrificio. Y una misión como la del educador exige el mayor sacrificio que puede hacerse por ella. De lo contrario, se permanece en el nivel del «maestro correcto». Aquéllos que hayan estudiado el magisterio y se hayan recibido sin meditar a ciencia cierta qué pretendían o qué esperaban más allá del puesto y la retribución monetaria, ésos son ya fracasados y nada podrá salvarlos sino un gran arrepentimiento . Pero yo he escrito estas líneas para los que han descubierto su tarea y su deber. Para los que abandonan la Escuela Normal con la determinación de cumplir su misión. A ellos he querido mostrarles todo lo que les espera, y se me ocurre que tanto sacrificio ha de alegrarnos. Porque en el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino, y mantienen la mirada fija en un horizonte que conquistar con el trabajo, con el sacrificio o con la muerte. 

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Artículo publicado el 20 de octubre de 1939, en la Revista Argentina, y firmado por Julio Florencio Cortázar, profesor, graduado en letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires. Cortázar, J. “Esencia y misión del maestro” en Revista Argentina, Buenos Aires, 1939
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Texto extraído del libro: “Papeles inesperados” 
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Cortázar joven
Julio Cortázar (1914-1984), el ilustre escritor argentino que legó la cultura universal obras de gran calado como Rayuela, La Vuelta al día en ochenta mundos y el Último round, así como una inmensa producción de cuentos –que son a los ojos de muchos de sus lectores y lectoras lo más rico de la obra cortazariana—, tuvo una interesante línea de reflexión socio-política y cultural a la que usualmente se le presta poca atención, lo cual es algo totalmente injustificado. 

En Julio Cortázar. Papeles inesperados (México, Alfaguara, 2009) se recogen algunas de las contribuciones de este argentino universal. Y entre esos papeles inesperados hay un texto breve pero denso –“Esencia y misión del maestro” (publicado originalmente en 1939)— que Cortázar dedica a los maestros argentinos recién graduados de la Escuela Normal de Chivilcoy. (Fragmento de Luis Armando González)

“La obra literaria de Cortázar comenzó a gestarse y afirmarse ya desde Chivilcoy”, escribe Gaspar Astarita, con quien coincide el Dr. Pastorino. Si bien ya se contaba en su haber el poemario Presencia, realizó varias publicaciones. A poco de llegar a la ciudad, La Revista Argentina (n° 31), editada por alumnos normalistas, contó con el aporte de la pluma cortazariana: “Esencia y misión del maestro”. Es su primera publicación.

Su cuento "La Escuela de Noche" también refleja las "sensaciones vividas durante su paso por la Escuela Normal Mariano Acosta", según expresa Ismael Parras Ramirez. “Escuela anormal” “seis años y medio de yugo”. 

Había ingresado allí a los 13 años, en 1928, licenciándose en 1935 con los títulos de Maestro Normal y Profesor en Letras. Tiempos de nacionalismo oligárquico bajo los gobiernos de Uriburu y Justo, que hicieron de la institución escolar una herramienta de adoctrinamiento y normalización de las jóvenes generaciones. 

Precisamente, fue en las escuelas normales, en las que se formaban los futuros maestros, donde más se sintió el autoritarismo de la política educativa estatal de esos años. Décadas después, y luego de haber producido una de las mejores obras literarias de la lengua hispana, Cortázar reflejó la crudeza de sus años del secundario en este cuento. 

En una entrevista realizada por Osvaldo Soriano, Cortázar confiesa que por aquellos años, su sensación era que los objetivos de esa escuela eran “ir deformando las mentalidades de los alumnos para encaminarlos a un terreno de conservadurismo, de nacionalismo, de defensa de los valores patrios, en un palabra, fabricación de pequeños fascistas (…) en la escuela normal se hacían tentativas, a cargo de algunos profesores, para meternos en asociaciones y brigadas que acompañaran a Justo”. Tal el grado de su desdicha, que llegó a afirmar que “la escuela fue una tremenda estafa que me hizo mucho daño”. 

Ciertas interpretaciones de “La escuela de noche” sostienen que, además de la opinión de Cortázar sobre su colegio secundario, personajes como el Rengo y la señorita Maggi eran en realidad alusiones a López Rega e Isabelita, y el texto una descripción del ambiente que preparó, desde temprana edad, a los futuros simpatizantes y miembros de los grupos más reaccionarios que azotarían a la Argentina desde mediados de los años setenta. 

Quizá por eso, meterse de incógnito en la escuela durante la noche, desierta y sombría, y retratar a profesores y autoridades en situaciones que ellos mismos condenarían escandalizados, fue la manera que tuvo el escritor de quitarle la máscara a la institución para mostrar su verdadero propósito, poner en evidencia la hipocresía de la doble moral burguesa y ensayar una explicación de nuestra historia. 

Fragmento del cuento:


“Nito había retrocedido hasta quedar en el borde del círculo que empezaba a romperse sin ganas, como queriendo seguir el juego o empezar otros, desde ahí vio cómo el Rengo mostraba con el dedo al profesor Iriarte, y a Fiori que se le acercaba y le hablaba, después una orden seca y todos empezaron a formarse en cuadro, de a cuatro en fondo, las mujeres atrás y Raguzzi como adalid del pelotón, mirando furioso a Nito que tardaba en encontrar un lugar cualquiera en la segunda fila. Todo esto lo vi yo clarito mientras el gallego Fernando me traía de un brazo después de haberme encontrado detrás de la puerta cerrada y abrirla para hacerme entrar de un empellón, vi como el Rengo y la señorita Maggi se instalaban en un sofá contra la pared, los otros que completaban el cuadro con Fiori y Raguzzi al frente, con Nito pálido entre los de la segunda fila, y el profesor Iriarte que se dirigía al cuadro como en una clase, después un saludo ceremonioso al Rengo y a la señorita Maggi, yo perdiéndome como podía entre las locas del fondo que me miraban riéndose y cuchicheando hasta que el profesor Iriarte carraspeó y se hizo un silencio que duró no sé hasta cuándo. 
-Se procederá a enunciar el decálogo -dijo el profesor Iriarte-. Primera profesión de fe. 
Yo lo miraba a Nito como si todavía él pudiera ayudarme, con una estúpida esperanza de que me mostrara una salida, una puerta cualquiera para escaparnos, pero Nito no parecía darse cuenta de que yo estaba ahí detrás, miraba fijamente el aire como todos, inmóvil como todos ahora. 
Monótonamente, casi sílaba a sílaba, el cuadro enunció: 
-Del orden emana la fuerza, y de la fuerza emana el orden. 
-¡Corolario! -mandó Iriarte. 
-Obedece para mandar, y manda para obedecer -recitó el cuadro. 
Era inútil esperar que Nito se diera vuelta, hasta creo haber visto que sus labios se movían como si se hicieran eco de lo que recitaban los otros. Me apoyé en la pared, un panel de madera que crujió, y una de la locas, creo que Moreira, me miró alarmada. "Segunda profesión de fe", estaba ordenando Iriarte cuando sentí que eso no era un panel sino una puerta, y que cedía poco a poco mientras yo me iba dejando resbalar en un mareo casi agradable. "Ay, pero qué te pasa, precioso", alcanzó a cuchichear Moreira y ya el cuadro enunciaba una frase que no comprendí, girando de lado pasé al otro lado y cerré la puerta, sentí la presión de las manos de Moreira y Macías que buscaban abrirla y bajé el pestillo que brillaba maravillosamente en la penumbra, empecé a correr por una galería, un codo, dos piezas vacías y a oscuras, con al final otro pasillo que llevaba directamente al corredor sobre el patio en el lado opuesto a la sala de profesores. De todo eso me acuerdo poco, yo no era más que mi propia fuga, algo que corría en la sombra tratando de no hacer ruido, resbalando sobre las baldosas hasta llegar a la escalera de mármol, bajarla de a tres peldaños y sentirme impulsado por esa casi caída hasta las columnas del peristilo donde estaba el poncho y también los brazos abiertos del gallego Manolo cerrándome el paso. Ya lo dije, me acuerdo poco de todo eso, tal vez le hundí la cabeza en pleno estómago o lo barajé de una patada en la barriga, el poncho se me enredó en uno de los pinchos de la reja, pero lo mismo trepé y salté, en la vereda había un gris de amanecer y un viejo andando despacio, el gris sucio del alba y el viejo que se quedó mirándome con una cara de pescado, la boca abierta para un grito que no alcanzó a gritar.” 

Cortázar niño
El objetivo principal del escrito consiste en poner a los estudiantes del magisterio y el profesorado frente a frente con aquellos aspectos de la realidad que no habían conocido durante su formación. Precisamente, una de las claves del texto reside en describir las causas del fracaso de un número tan elevado de maestros. Para Cortázar, una de las razones era la falta de cultura de muchos de ellos; entendiendo por cultura no el acopio de conocimientos intelectuales, sino “la actitud integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad”. 

Cortázar se pregunta si cuatro años en el Colegio Normal son suficientes para adquirir esta capacidad; como era de esperar, responde en forma negativa. El aprendizaje, afirma, recién comienza cuando uno egresa de la Escuela Normal, en ese momento en que uno se encontrará solo, “librado a la propia conducta”. Y será en el “debilitamiento de los resortes morales, en el olvido de lo que de sagrado tiene ser maestro”, donde habrá que buscar el motivo principal de tantas decepciones. Pero como él mismo señala, no se trata de hablar del pasado sino del futuro y sus docentes. 

Fuentes: http://lauragalindo91.wordpress.com/2010/07/31/esencia-y-mision-del-maestro-por-julio-cortazar/http://formadores-ocupacionales.blogspot.com/2010/03/julio-cortazar-la-estafa-de-la-escuela.htmlhttp://formadores-ocupacionales.blogspot.com/2009/08/julio-cortazar-esencia-y-mision-del.htmlhttp://www.diariocolatino.com/es/20110128/articulos/88884/La-%E2%80%9Cesencia-y-misi%C3%B3n-del-maestro%E2%80%9D-(Seg%C3%BAn-un-texto-de-Julio-Cort%C3%A1zar).htm 
http://www.myriades1.com/vernotas.php?id=142&lang=es
http://imagina65.blogspot.com/2011/04/la-zona-de-los-nombres-julio-cortazar.html

NOTA: Agradecemos muy especialmente al Sr. Esteban Casazza, egresado del Mariano Acosta, el envío de material para esta nota.

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