por Laura Benadiba
En un pasaje de su libro “La lengua salvada”, Elías Canetti recuerda sus días en la escuela a la que asistía cuando tenía trece años y entre otras maravillosas reflexiones transcribimos la siguiente en la que se refiere a sus profesores: “En aquel tiempo asimilé en el colegio tantas cosas como normalmente lo hacía solo a través de los libros. Lo que aprendía de boca de los profesores conservaba la apariencia de aquel que lo enseñaba, y ha quedado siempre unido a él en mi memoria” (…) “Ahora que los hago desfilar uno a uno delante de mí, me asombra la diversidad, la originalidad y la riqueza de mis profesores (…). De muchos de ellos aprendí lo que correspondía a sus deseos, y el agradecimiento que siento por ellos después de cincuenta años, es por raro que pueda parecer, mayor de año en año. Pero también aquellos de los que aprendí menos están presentes en mí como seres humanos o como personajes con tal claridad que tan solo por eso estoy en deuda con ellos. Son los primeros representantes de lo que más tarde capté como lo esencial del mundo, sus habitantes.”[1]
[1] Canetti, Elías; “La lengua salvada” Obra completa III. Barcelona. Contemporánea. 2005, Pág. 223 y 226.
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