UNA MAESTRA FRANCESA EN LA PAMPA
Estimamos probable que Mme. Soulié haya trabado relación profesional con Mariano Arancibia, Olivio Jorge Acosta y José Domingo Sosa del Valle, docentes de la primera etapa de nuestra escuela que provenían –todos- de prestar servicio en el Territorio de La Pampa, pese a que parece haber llegado a la Gobernación en 1914 como profesora de Francés del Colegio Nacional.
EL LARGO VIAJE DE Mme. SOULIÉ
por Ana María Lassalle
Retrato de Madame Soulié en Santa Rosa
Un hierro al rojo en la galleta
Los franceses de Santa Rosa siempre me resultaron fascinantes. Nunca pude sustraerme a su llamado. Son como un golpe de campana en el silencio del crepúsculo. Su impronta en la capital de la Gobernación de La Pampa fue profunda y adquirió, en la realidad y en la leyenda, ribetes singulares (muchos fueron alfabetos, se enorgullecían de hablar en francés (y no en patois) y poseían un oficio, hecho que no es menor y que permite vislumbrar que conocían experiencias participativas, que de algún modo nos transfirieron. No constituyen, cuantita-tivamente, el grupo más numeroso de inmigrantes, pero sí uno de los más antiguos. Algunos llegaron a convertirse en hacendados pero fue una mayoría de franceses artesanos y trabajadores urbanos la que incidió notoriamente en la conformación de la sociedad de la futura capital del territorio. Fue especial su manera de percibirse a sí mismos y a sus compatriotas de otras latitudes. Mi impresión es que no se sentían iguales (porque no lo eran) a los aveyroneses de Pigüé ni a los aventureros que se adentraron en los campos de afuera, en el far west pampeano, de la mano de Alfonso Capdeville.
El primer poblador de Santa Rosa, León Safontas, fue quien inauguró toda suerte de mitos y curiosidades en torno a los franceses de La Pampa. No era para menos. Altísimo y delgado, llegó, solitario y misterioso, a las puertas de la tranquera del campo administrado por el fundador del pueblo (don Tomás Mason) todo trajeado de negro y con una Biblia en la mano que, luego se supo, le servía para esconder el dinero que traía consigo.
Las primeras escuelas que tuvo Santa Rosa a fines del siglo pasado (*), en la entonces Gobernación de La Pampa Central fueron fundadas por recordados maestros franceses: estaban, por ejemplo, "la de Temines" y "la de Fondet"; en ambas se cobraba cinco pesos mensuales por alumno. Existía otra, muy prestigiosa, dirigida por Le Coq. El mejor constructor de carruajes fue Perroud y la partera más afamada Lucía Baudaux. La Société Francaise l’Union de Secours Mutuels, fundada en 1899, se convirtió en centro de numerosas actividades sociales y benéficas y sus bailes fueron tan celebrados que las vecinas aún los recuerdan con lujo de detalles, sin percatarse que no fueron ellas sino sus abuelas las que participaron en ellos. El primer agente consular de Francia fue Jean Michel Lier (don Juan Lier le decían) un propietario de panaderías que, haciendo honor a su apellido, ("lier" quiere decir "ligar") fue el único capaz de ligar la harina pampa (los demás la importaban) de tal modo que su galleta, deliciosa y afamada, era marcada con un hierro al rojo, como si se tratara de hacienda, para que los clientes pudieran identificarla. Esa marca aparece en los avisos publicitarios de la época. A Jean Michel Lier, que capitaneaba este grupo de franceses, le tocó organizar el envío de caballos para proveer a las tropas durante la Grande Guerre y, mucho antes, la ayuda a los damnificados (1902) de la villa de Saint-Pierre, destruida tras la erupción del Mont Pelé en la Martinique.
Una dama llegó en el tren
Don Juan Lier fue el encargado de darle la bienvenida a Eugenia Jour ("Mme. Soulié") y a sus sobrinos. Lier y sus descendientes -convertidos dos generaciones mas tarde en mis parientes políticos- nunca la olvidaron y en cierto modo, custodiaron la memoria de esta mujer devenida en mito. Y, como es sabido, los mitos construyen no solo la identidad de los individuos sino también la identidad comunitaria. Y, por ende, la de los ciudadanos de toda una nación.
Yo no había podido abstraerme a su fascinación. En 1969, treinta años antes de escribir este libro, había incluido a Mme. Soulié en un poema que publiqué en La Arena con el título de Santa Rosa, te amo. Sucedió que mi suegra, Emma Torres, hijastra de don Juan Lier, llegó a ser su colega entre 1914 y 1924 en la Escuela Normal Mixta de Santa Rosa, cuando Eugenia Jour de Soulié estaba terminando su vida y Emma comenzando su carrera como profesora de música. Emma, que vivió casi cien años, se refería a ella como si la hubiera visitado en la víspera. En aquel poema escribí el apellido "Soulié" como si se tratara de la palabra "zapato" en francés, con una "r" final y no con acento en la "é"como correspondía. Pero fui aprendiendo. Con el correr del tiempo descubrí que innumerables vecinos atesoraban historias sobre Eugenia Jour. La más popular tenía que ver con un sapo. Al parecer un día, uno de los estudiantes introdujo un sapo en el aula y ella, sosteniéndolo sobre su palma izquierda al tiempo que lo acariciaba y susurraba "mon pauvre crapaud", lo transportó suavemente hasta el jardín antes de continuar su clase. A mí este episodio me pareció extraordinario ( tal vez porque soy incapaz de tocar un batracio) aunque no llegó a decidirme a iniciar una investigación.
Siguieron contándome toda clase de historias sobre Eugenia: que los varones le habían puesto "nevado"de carnaval en su silla y las chicas la habían defendido; que borraba el pizarrón con los guantes y por eso los tenía siempre agujereados; que caminaba sin ninguna charme y no se preocupaba por lo que llevaba puesto, que hablaba media docena de idiomas. Una dama muy graciosa, arquetípica de lo que el diario oficialista La Capital llamaba en los twentys "las principales familias del medio" me contó (off de record) que a ella y a sus compañeras les habían confiado, por los años treinta, que el esqueleto utilizado en las clases de Anatomía de la Escuela Normal Mixta era el de Mme. Soulié. El hecho de que sus venerados despojos descansen (1924) en los "nichos antiguos" del cementerio, rodeados de placas conmemorativas, en un féretro apenas separado del observador por un simple cristal, no alteraba su convencimiento.
Empecé a darme cuenta que estas anécdotas, junto con los dichos y los disparates y los murmullos poseían algún significado. Que frente a mí se despegaba una urdimbre a desentrañar y que el desafío podía llegar a resultar una aventura extraordinaria. Por otra parte iba tomando consciencia de un oculto mandato vecinal que no tenía intenciones de desoír.
Los testimonios orales resultaron insuficientes. Los completamos con documentos y las fotografías que custodia ahora el Archivo Histórico de la Provincia. La búsqueda de fuentes nos condujo a Francia, al Uruguay y a otras ciudades de la Argentina. Mercedes Mayol Lassalle investigó largas horas en La Plata y en Buenos Aires mientras Julio A. Colombato y yo trabajábamos en la hemeroteca pampeana. Entrevistamos a todos los sobrinos nietos, descendientes de los cuatro Jour que Mme. Soulié recibió en su hogar como si se tratara de sus propios hijos y, al mismo tiempo, mantuvimos una furiosa lucha contra las dudas que nos asaltaban a cada momento. Yo solía preguntarme: ¿Qué tengo en común con esta liberal? Tardé bastante en concluir que la pregunta no era pertinente.
Los autores ocultos
Finalmente dimos por terminado el libro que oficialmente tiene tres autores, tras de los cuales se ocultan los vecinos. Un libro que está organizado en cinco partes. Yo tuve a mi cargo el período en que Eugenia Jour de Soulié vivió en Santa Rosa. Son los diez años transcurridos entre 1914 y 1924, años muy importantes para la consolidación de la sociedad santarroseña, tan importantes como para intentar una nouvelleque titulé Una dama llegó en el tren, pensando en la clase de comentarios que debió provocar su llegada.
Procuré, al escribir esta nouvelle, sobrepasar los límites de un récit de vie ensayando una descripción de la sociedad santarroseña de ese entonces. Esa sociedad en construcción, es para mí un personaje tan real y querible como el de Eugenia, aunque algunos de sus miembros -ocupadísimos en la constitución de la flamante clase media urbana- resulten patéticamente snob.
Por otra parte, Eugenia Jour movilizaba mis sentimientos de filiación y pertenencia: era francesa como mis antepasados (aunque nosotros provenimos del Béarn) , profesora de idiomas, lectora voraz, se había casado con un escritor, había nacido en Decazeville (un poblado que en sus orígenes se llamó Lassalle), había sido -como yo- librera, respondía a la imago del docente que portaba en mi interior, creía en la autoformación, yacía en La Pampa.
La señora "sabelotodo"
Su presencia en el recuerdo de la comunidad era tan poderosa que al evocarla el pasado colectivo parecía corporizarse y convocar a sus mitos.
Fue el arquetipo de una self made woman.
En el pueblo la llamaban Madame je sais tout (la señora sabelotodo).
No sin cierta diversión de su parte se había ocupado de que la consideraban una verdadera dama (había rechazado el regalo de un par de guantes nuevos explicando a sus alumnas que los guantes gastados distinguen a las damas de las arribistas que, por falta de uso, los llevan siempre nuevos) cuando en realidad era hija de una familia de mineros.
Su vida estaba indisolublemente ligada a un modo de educar puesto en práctica en la Escuela Normal Mixta y en el Colegio Nacional, las instituciones que ella ayudó a fundar. Sus convicciones y valores eran compartidas por los inmigrantes (la idea del saber como posibilitador del ascenso social y constructor de la autonomía personal). Reivindicaba los derechos de la mujer y los ejercía, en tanto accionaba públicamente entre sus pares masculinos de igual a igual. Basta verla en las fotografías, única mujer sentada entre los notables del pueblo. Se permitió llegar a Santa Rosa sin marido visible y con tres niños de la mano a los que no dio tregua hasta verlos convertidos en maestros. Impulsó a Luis Jour ( el mayor de sus sobrinos unido al grupo familiar recién en la adolescencia) a participar en la Guerra del ‘14. Esta decisión dio nacimiento a escenas codificadas que reproducen la iconografía de la Guerra del ‘14, tal como se ha depositado en la memoria colectiva: Eugenia tejiendo, rodeada de jóvenes santarroseñas y enviando paquetes de prendas de abrigo al frente. (El mito de héroe de la Guerra del ‘14 que rodeaba a Luis Jour -muy merecido por otra parte- fue a su vez alimentado por los pampeanos que solicitaban, para las fiestas patrias, la exposición de su uniforme y otros atributos -el correaje, las cartucheras, la cantimplora, las polainas- en las vidrieras de Santa Rosa y General Pico).
El diario desaparecido
La quinta parte del libro que titulé Mensajes en la botella-Páginas del diario íntimo de Mme. Soulié reúne las pocas hojas que pudimos recuperar de su diario. Las incluimos como fuente y dejamos su análisis para el futuro, porque tenemos esperanzas de hallar los numerosos cuadernos que -se sabe con certeza- ella dejó escritos. Para nosotros, este testimonio tiene un valor incalculable.
Escribir este libro nos convirtió en una suerte de personajes de una road movie. Atravesamos terreno peligroso y nos enfrentamos a los espejismos. Nos internamos en el territorio del pasado, ese el país de la memoria donde es posible adentrarse sin encontrar luego el camino de regreso. Yo creo que fue Mme. Soulié quien impidió que nos quedásemos. Volvimos un poco más sabios, sin poder diferenciar nuestros vecinos muertos de los vivos y, desde luego, sintiéndonos cada vez mas pampeanos.
(*) Alude al siglo XIX.
María Eugenia Jour, joven.
Madame Soulié llegó a Santa Rosa en 1914 para hacerse cargo de las horas de Idioma Francés recientemente creadas en la Escuela Normal Mixta, que acababa de adoptar para el Magisterio el Plan de Estudios de cuatro años de duración.
Trajo consigo a tres sobrinos. Máximo Jour, el más amado, estaba con ella desde los tres meses de edad. Luego se hizo cargo de Margarita y Carlota Jour.
Con el tiempo todos ejercieron el Magisterio.
Luis Jour se incorporó al hogar de Madame Soulié ya comenzada la Guerra de 1914. Con solo diecisiete años marchó al frente. Regresó ileso, estudió en Santa Rosa el Magisterio y el Bachillerato y se dedicó a la enseñanza.
Madame Soulié a la izquierda de Don Tomás Mason, junto a
Oscar Camilión, Manuel Ávila, Díaz, Lucio Molas,
Rojas, A. Correa y Clemente Andrada.
(Ver otras fotografías de la familia Soulié)
Más información sobre Mme. SOULIÉ
"Un cuarto grupo fue el de las escuelas privadas no confesionales, objeto central del presente texto, pero que no siempre tuvieron un carácter étnico evidente. Por citar un ejemplo, las instituciones fundadas por Adolphe Soulié y Madame Soulié en La Plata (la École Saint-Louis y la Institution Nôtre Dame para señoritas), a pesar de sus nombres, captaron a un público muy amplio en el que predominaban los hijos de las familias argentinas de alto poder adquisitivo de la ciudad y de su zona de influencia.(15) Estos casos no eran la excepción ya que muchas escuelas con nombres y directores franceses estaban destinadas a un público heterogéneo y, como lo muestran sus avisos, ostentaban su origen francés como elemento de propaganda en virtud del prestigio con que eran miradas por la sociedad argentina."
(15) Sobre Madame Soulié y algunas escuelas «francesas» de La Plata, ver el bello texto de Lassalle et al., 1998. Su trayectoria personal (institutriz en familias ricas como los Sánchez Sorondo, maestra de escuelas privadas y de escuelas públicas, miembro del núcleo fundador del Colegio Nacional de Santa Rosa, La Pampa) es ilustrativa de las múltiples posibilidades de inserción y de movilidad social de los educadores extranjeros.
Fuente: Otero, Hernán Gustavo. "Las escuelas étnicas de la comunidad francesa. El caso argentino, 1880-1950". IEHS, Universidad N. del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Tandil, Argentina. En Anuario de Estudios Americanos, 68, 1, enero-junio, 163-189, Sevilla (España), 2011. ISSN: 0210-5810. Disponible en Internet:
estudiosamericanos.revistas.csic.es/index.php/.../article/.../536/540
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