El patrimonio escrito, ante una encrucijada
ENTREVISTA. Una especialista reclama mayor compromiso de parte de la sociedad
Para la profesora Lovaglio las herencias documentales escritas han quedado indefensas entre dos fuegos: el descuido corriente y la matriz efímera de la cultura.
Domingo 11 de Mayo de 2014
Poca conciencia en los niveles de conducción y escasa formación específica en los sectores que tienen contacto directo con los documentos, terminan conformando un escenario de riesgo para la preservación de documentos con valor histórico. Pero cuando la especialista en preservación preventiva, investigadora y docente de la Universidad Autónoma de Entre Ríos Felisa Lovaglio desovilla dialécticamente la madeja del problema, se advierte con nitidez que el cuadro es complejo porque alcanza a instituciones, empresas y hasta a las familias, e involucra actitudes individuales como a la falta de protocolos colectivos de actuación.
De lo que no cabe duda es que es vasta la riqueza patrimonial de una provincia bendecida por una inmigración múltiple, que fuera sede de la capital de la Confederación, donde además se implementaron las experiencias prototípicas de la Escuela Normal y los jardines de infantes.
A la poca valoración real de estos tesoros de la cultura heredada debe agregarse un clima social en el que todo parece atravesado por la experiencia de lo efímero, lo que deviene en cierto desinterés público y privado en conservar lo que a otros, en el futuro, les permitirá estudiar cómo ha sido este tiempo.
–¿Cuál es el problema, por qué no se preserva?
–No es que falte información. La UNL publicó un cuadernillo técnico para la difusión de actitudes y técnicas en las distintas instituciones de la cultura que tienen colecciones a cargo. Pero necesitamos conciencia a nivel de autoridades. Falta no sólo que entiendan sino que transformen esa convicción en programas donde quede claro que la memoria está ahí y que debemos preservarla, con lo que ella tenga de bueno, malo o regular.
–¿Le preocupa este aspecto en particular?
–Veo que la discusión sobre la memoria ha quedado circunscripta a un determinado período, digamos entre 1976 y 1983, pero ya había cultura antes y después. Y todo debe ser cuidado, con el mismo esmero. Debe entenderse esto: no hay forma de analizar lo que fuimos sin las fuentes.
Los recuerdos que pueden tener las personas vivas, atravesadas por circunstancias que han debido sobrellevar y por lo tanto naturalmente parciales, tienen su valor, pero son fundamentalmente los documentos aquello en lo que las ciencias sociales se basan para construir conocimiento. A la profundidad analítica la da la indagación en lo escrito, allí quedan materializadas las políticas y en tanto objeto observable nos permiten discutir en torno de ellas.
–¿Esos fondos documentales están o se encuentran desperdigados y hay que salir a colectarlos?
–Depende de qué tema hablemos. En general, más que dispersos están descuidados, maltratados. Hablamos en tiempo presente pero éste no es un problema nuevo. Al no aplicarse una política sistemática y rigurosa de conservación, los podemos encontrar en ambientes muy adversos para el papel y las tintas. Unos y otras tienen distintas patologías que, combinadas, producen una reacción química muy negativa, a lo que debe sumarse el impacto medioambiental, en contextos con temperaturas, humedades y niveles de luminosidad inapropiados. El combo se completa con la inadecuada manipulación que, incluso sin querer, generan los agentes.
No es un problema local: en los últimos congresos ha aparecido una fuerte preocupación en torno de las formas con que los agentes se vinculan con estas fuentes documentales, dañándolas muchas veces de manera irremediable. No los culpo: no saben.
–Aún actualmente, una forma de castigo, de sanción, en el sector público es enviar al “condenado” al archivo…
–Lo que genera múltiples dificultades, entre otras cosas porque esa persona que es trasladada vive el cambio como un escarmiento y difícilmente se aplique a querer aprender tan siquiera cómo se manipula un documento, que son los que en general pagan los platos rotos. Los documentos deben ser tratados desde un primer momento desde la convicción de que serán útiles para todos los tiempos y las distintas generaciones, no sólo para el presente y para nosotros.
COTIDIANO
–¿Qué es más dañina la imprevisión diaria o las situaciones catastróficas?
–Naturalmente cualquiera se apenaría por las consecuencias de una inundación, un tornado o un incendio. Pero, en los depósitos, todos los días, tiene lugar un desastre silencioso. A veces, cuando nos traen ejemplares para ver qué podemos hacer les tenemos que decir que se trata de enfermos terminales, ante los cuales ya no puede hacerse nada porque, simplemente, la acumulación de ignominia e ignorancia a lo largo de los años le ha proferido un daño definitivo. Y así, lentamente, los agujeros negros de memoria documental se multiplican.
–¿Cuándo muere un documento patrimonial?
–Lo puede hacer lentamente, pero es definitorio cuando el papel no tiene estructura, se ha corroído; y cuando la tinta se ha desdibujado y es imposible la lectura. Ahí ya no hay reparación posible.
–¿Es caro mantener el patrimonio documental?
–No, definitivamente. Los proyectos científicos de conservación se diseñan a corto, mediano y largo plazo. En el corto plazo se fijan metas muy concretas que tienden a cambiarle el estado de ánimo, la presencia y la salud al documento con muy poco: una limpieza mecánica y el cambio del ambiente. Es decir, se filtra el aire, se controlan las plagas, hacemos limpieza, se le cambian las carpetas ácidas. Con ese nuevo escenario podemos planificar el mediano plazo, que se extiende entre los dos y los cinco años. En esa fase, se polarizan vidrios, se intensifican los controles, se cambian interfolios, se reemplazan cajas por otras que son un poco más onerosas pero también más eficaces. A largo plazo, se piensa en el ingreso de nueva documentación, la delimitación de una zona de cuarentena, el ordenamiento de los espacios físicos y el cambio de estantería. Ahí sí, en estas cuestiones más estructurales, puede haber un poco más de gastos.
Pero lo peor es no comenzar jamás y aceptar, naturalizar, que documentos valiosísimos pueden estar húmedos, tirados, con hongos.
EJEMPLOS
–¿No hay una sola institución en la provincia que haya encontrado el modo adecuado de encarar la preservación de su documentación?
–Claro que sí. Hemos trabajado, bajo el amparo del Consejo Federal de Inversiones, en el Archivo General de la provincia. Nos concentramos en el Fondo del General Urquiza, tal como le llamamos nosotros, porque tiene que ver sobre todo con su gobierno. Ese material se trató y quedó acondicionado conforme los estándares universales que rigen y aceptan los científicos dedicados al campo, avalados y sostenidos por protocolos de procedimiento de la biología, la física y la química, además de un arte que lo documenta todo como la fotografía.
Hay otro archivo que es modelo, porque hace todo con muy pocos medios: el del Arzobispado, a cargo de Celia Godoy. Como su disposición es amplísima, si no tiene recursos para polarizar los vidrios le coloca un papel oscuro, papel cometa violeta por ejemplo. Como queda claro, el problema es que ni siquiera preguntan a los que nos capacitamos.
Cuando dejé la investigación histórica en el Conicet me convencí de que mi misión sería ayudar a que se conserve la identidad y la memoria, todo lo que se pueda. Pero, lamentablemente, en muchas instituciones se piensa que el especialista externo llega a curiosear y eventualmente a tomar elementos que le permitan denunciar la basura que encontró bajo la alfombra, lo que es una tontería además de una mentira.
–¿En ambos casos se siguieron las tres etapas que describió?
–En efecto, hubo planificaciones, se presentaron proyectos y ponencias en congresos internacionales, se procuró el financiamiento para que, por ejemplo, la testamentaria del General Urquiza pudiera ser abierta por una especialista de los Estados Unidos en mapas de seda, que era el material soporte. Ese fondo es muy importante: para la investigación es central; las últimas ejecuciones por pena de muerte están ahí; los tratados preexistentes de los que habla la Constitución, también.
PERSPECTIVAS
–El cambio de nombre de archivística a archivología, ¿de qué está dando cuenta?
–La carrera se ordena de esta manera. Hasta tercer año, se cursa la Tecnicatura en Archivística, como fue desde siempre. Se agregó recientemente la Licenciatura en Archivología, que se desarrolla en los dos años siguientes: un año más de cursado y la producción de una tesis para el quinto. El título intermedio es el de técnico universitario. La gran ventaja de la Licenciatura es que permite realizar postgrados, además de intercambios de docentes y alumnos con otras facultades, incluso de distintos países.
Hay que tener en cuenta que una carrera terciaria a nivel internacional no tiene ningún equivalente, el esfuerzo de parte del estudiante y su familia es enorme igualmente y, sin embargo, al cabo de ese primer tramo, aunque se trate de un alumno brillante, no podrá acceder a ningún postgrado. Ése es un aporte fundamental que hace Uader: la conexión con otros mundos.
En lo concreto, Archivología propone una formación más epistemológica, en el plano teórico, mientras la Archivística da cuenta de las técnicas aplicadas.
–Mencionó el Estado provincial y el Arzobispado, ¿qué otros generadores de documentos debieran estar preocupados por el patrimonio?
–Hay archivos que nacen históricos y otros que se convierten con el paso del tiempo, lo que debe ser evaluado en cada caso. El documento administrativo, por ejemplo, pasa por distintas edades y se transforma en histórico a partir de los 30 años. Primero, atraviesa una etapa de gestión administrativa, en la que vive en la institución que lo genera; luego pasa a un archivo intermedio, donde sólo lo consulta la institución que lo ha generado. Finalmente, a través de un proceso muy delicado que se llama expurgo, especialistas de amplia formación determinan el valor de cada material para la posteridad, las ciencias y las artes. En función de ello, producen una selección a partir de la cual se determina qué documentos representarán a ese momento y por lo tanto deben ser especialmente protegidos: son los archivos históricos. A la posteridad el documento debe llegar íntegro: el soporte y el mensaje.
Hay otros documentos que nacen históricos, como los de los registros Notarial y Civil, junto a las leyes, decretos, resoluciones de gobierno.
Por eso, sin dudas, tienen mucho para atender las escuelas, el Consejo General de Educación, las iglesias, el Poder Judicial, las instituciones de la cultura como los teatros o sociales como los clubes deportivos. Por qué no la Policía. En una provincia que tuvo una primavera inmigratoria tan vigorosa, también entidades privadas como mutuales y cooperativas tienen mucho para ofrecer y preservar.
Tendríamos que sumar los archivos de las municipalidades, bibliotecas, museos y de tantos teatros y cines que supieron funcionar en localidades importantes y modestas de Entre Ríos, algunos de los cuales han sido recuperados por suerte, aunque a nadie parece interesarle conocer qué ha sido de la documentación que pudieron haber hallado mientras trabajaban en la restauración.
BAMBALINAS
–A propósito, ¿qué trabajo realizó en el Teatro Municipal de Santa Fe?
–Se rescató el acta fundacional del Teatro 1º de Mayo, que era un pergamino. Y, junto a eso, programas, afiches, facturas, invitaciones a compañías líricas extranjeras, fotografías. Se hizo el tratamiento de toda la colección hasta hace cinco años atrás.
–¿Dónde quedó ese material?
–Quedó archivado y acondicionado en uno de los laterales del edificio, en un espacio muy bonito que es asiduamente consultado por estudiantes y estudiosos de la música, la historia de vestuarios y compañías de teatro. En fin, todo lo que hable del quehacer humano es muy valioso y debe ser preservado.
Hay que tener en cuenta que desde Entre Ríos se han exportado sistemas educativos a todo el continente: el Normalismo y el Jardín de Infantes surgieron acá y han sido adoptados por distintas naciones latinoamericanas. Pero nosotros, tenemos todo amontonado sin un criterio cierto, científico, de tal forma que si llega un investigador, argentino o del exterior, no sabe por dónde empezar a desovillar la madeja, mientras inexorablemente se va deteriorando.
La universidad
El valor de los textos escritos es sumamente complejo. Piénsese, sin ir más lejos, en el destino que suelen tener las producciones académicas de estudiantes y docentes (monografías, trabajos prácticos, tesis y tesinas, ponencias, informes de investigación, etcétera) en los que alguna problemática social es analizada. No sólo en los escasos circuitos por donde esos conocimientos circulan, sino por la disposición última de los materiales. Efectivamente, hay mucho por avanzar.
“La universidad es la encargada de formar a los estudiantes y, a través de distintos cursos, de capacitar a agentes en instituciones”, citó Lovaglio, antes de señalar que “a través del dictado de clases y de labores de extensión hacia la comunidad busca incidir en el cambio de perspectiva”.
En los hechos, tampoco los ámbitos académicos demuestran ser ámbitos de ejemplar conciencia hacia la necesidad de preservar documentos considerados clave. En eso, no se distingue de otras instituciones sociales.
La entrevistada señaló, con preocupación, que la conservación y preservación del patrimonio documental queda generalmente al margen de las prioridades corrientes. “Hay algo interesante. En muchos casos, nos encontramos con establecimientos, organismos o entidades que no cuentan con recursos de ningún tipo para estas labores. Y no estamos hablando de grandes erogaciones sino de lo suficiente para comprar e instalar elementos básicos para el control de la temperatura y la humedad, de la iluminación, guantes descartables para que los empleados no tomen contacto directo con el papel antiguo, ventilación para que no se multipliquen los microorganismos que abundan con este clima”.
Víctor Fleitas vfleitas@eldiario.com.ar
Fuente: http://www.eldiario.com.ar/diario/interes-general/109798-el-patrimonio-escrito-ante-una-encrucijada.htm
Agradecemos a la Arch. Vilma Castro (Uruguay) el envío de esta nota.
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