El mundo privado de Gabriela Mistral está ahora en internet
Santiago. La Biblioteca Nacional chilena acaba de poner a disposición pública en la red, 18.000 documentos y objetos inéditos pertenecientes a la vida más íntima de la que fue una de las grandes poetisas hispanas: Gabriela Mistral. "Mi hijo no late esta noche / y no respira detrás del muro". Versos como estos que la autora nunca publicó y que expresaban el dolor por la muerte de su hijo, podemos disfrutarlos ahora con innumerables vestigios de lo que fue su vida cotidiana. Se trata de los documentos conocidos como "el legado de Mistral".
A finales del 2007 llegaron a Chile 108 cajas con manuscritos, inéditos, correspondencia y diarios que ella dejó en Estados Unidos y que durante 50 años permanecieron en manos de su albacea, la fallecida Doris Dana. Procesado por el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional, ese material puede consultarse desde hoy en el sitio Sala Mistral.
"Después de tres años, el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional concluyó la ardua tarea de investigar, restaurar, catalogar, microfilmar, digitalizar y poner en línea todo el legado mistraliano. Son 18 mil 32 piezas y 84 mil fojas que esperan ahora ser desentrañadas para descifrar sus verdaderos alcances, literarios, políticos, históricos y sociales. A nivel mundial, es el archivo más completo sobre la maestra del Elqui."
Este fondo está compuesto por manuscritos, fotografías, audios y, videos. Recomendamos su visita en:
Ver especialmente el manuscrito "Saludo a mis alumnos americanos de hace 15 años" en:
LA MAESTRA RURAL
La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía,
«de este predio, que es predio de Jesús,
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claros sus óleos, para dar clara luz».
La Maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel.)
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!
La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.
¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,
largamente abrevaba sus tigres el dolor!
Los hierros que le abrieron el pecho generoso
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!
¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor
del lucero cautivo que en sus carnes ardía:
pasaste sin besar su corazón en flor!
Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste
su nombre a un comentario brutal o baladí?
Cien veces la miraste, ninguna vez la viste
¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!
Pasó por él su fina, su delicada esteva,
abriendo surcos donde alojar perfección.
La albada de virtudes de que lento se nieva
es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?
Daba sombra por una selva su encina hendida
el día en que la muerte la convidó a partir.
Pensando en que su madre la esperaba dormida,
a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.
Y en su Dios se ha dormido, como un cojín de luna;
almohada de sus sienes, una constelación;
canta el Padre para ella sus canciones de cuna
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!
Como un henchido vaso, traía el alma hecha
para volcar aljófares sobre la humanidad;
y era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad.
Como un henchido vaso, traía el alma hecha
para volcar aljófares sobre la humanidad;
y era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad.
Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta
púrpura de rosales de violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las
plantas del que huella sus huesos, al pasar!
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