Hoy deseamos someter a reflexión algunos fragmentos del artículo "Memoria, patrimonio y educación" de Antonio Viñao Frago, publicado en Educatio Siglo XXI, Vol. 28 nº 2 · 2010
"Las diversas declaraciones y recomendaciones nacionales o internacionales sobre la protección, conservación y estudio del patrimonio histórico-cultural o, más específicamente, del patrimonio histórico-educativo, constituyen una [...] vía de promoción y apoyo de los estudios sobre este último."
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"Tanto desde la perspectiva de la memoria individual, social e institucional —ya sea desde el afán conmemorativo o desde la simple nostalgia por un pasado escolar que cada vez forma parte de la biografía de un mayor número de personas durante períodos de tiempo cada vez más dilatados—, como desde el auge de los estudios sobre el patrimonio histórico-educativo o el museísmo pedagógico, todo apunta a que en los próximos años este tipo de investigaciones y estudios seguirá gozando de apoyos públicos, así como de la atención de un cierto número de profesores, asociaciones profesionales y sindicales del profesorado y establecimientos docentes."
"Sea cual sea su uso o destino, la tarea primera a llevar a cabo para proteger el patrimonio educativo, sin la que no es posible ir más allá, es su catalogación y preservación. Sin embargo, esta ingente tarea, si no va acompañada del estudio de lo catalogado y preservado, puede quedarse en el anticuariado, el fetichismo de los objetos, la crónica entendida como mera yuxtaposición de información o el museísmo pedagógico más simple. Por supuesto, la mera labor de catalogación implica, si quiere llevarse a cabo de modo fructífero, una cierta idea previa sobre el análisis y estudio de lo catalogado. Pero ello no debe hacernos perder, de vista que dicho estudio se ha de realizar en el contexto más amplio de la historia no sólo de la ciencia y de la cultura material de los centros docentes, sino también de la cultura escolar y de las prácticas académicas. Más en concreto, de los campos, disciplinas y actividades o tareas escolares.
Todo ello supone necesariamente un marco teórico-conceptual que dé sentido a los aspectos integrantes de dicha cultura y prácticas, así como el recurso combinado a otras fuentes, intereses y enfoques (Viñao, A., 2006). Así, por ejemplo, el estudio sobre los cuadernos escolares —un objeto producto de la cultura escolar— sólo tendría sentido en el marco más amplio de los procesos de aculturación en el mundo de la cultura escrita, incluso cuando se recurre a ellos como fuente histórica en relación con un tema concreto. Igual sucede con el análisis y estudio de los libros de texto —otro producto típico de la cultura académica— en relación con aquel nicho ecológico, las disciplinas escolares, en el que dichos libros nacen, anidan y adquieren sentido.
Sin embargo, los problemas o cuestiones más relevantes que plantea la protección, preservación, catalogación y estudio del patrimonio educativo —y, en general, del patrimonio histórico y cultural— se hallan fuera del mismo. Tienen su origen en ámbitos más amplios y afectan a la memoria de las sociedades futuras, a la de quienes las compongan y a la herencia cultural de las generaciones venideras. Ello, por supuesto, afecta al patrimonio educativo pero excede, en sus causas y efectos, del mismo. No en balde guarda una estrecha relación con los cambios que están acaeciendo en los soportes y ritmos de transmisión de la memoria individual, social e institucional.
Todo cambio en los soportes y modos de conservar el conocimiento y de transmitirlo ha tenido históricamente repercusiones en la memoria social e individual, en la herencia cultural de los seres humanos, y en los modos de acercarse, de mirar y de interpretar la realidad con el fin de encontrarle algún sentido y desenvolverse en ella. La progresiva introducción y difusión de la escritura en las sociedades de oralidad primaria supuso la progresiva pérdida o desvalorización de determinados modos orales de conservación y transmisión del saber, exigidos por el uso de la memoria en una sociedad que desconocía la escritura o hacía un uso muy restringido de la misma. La introducción y difusión —también gradual— de la cultura tipográfica, tras la invención de la imprenta, originó asimismo profundas modificaciones en los modos de conservación y transmisión de cualquier tipo de conocimiento, saber o práctica. No eliminó ni la cultura del manuscrito ni la de la oralidad, sólo las desplazó considerándolas marginales, obsoletas o propias de saberes escasamente valiosos. Al mismo tiempo planteó una serie de cuestiones plenamente actuales: ¿qué parte del saber y qué prácticas conservadas y transmitidas por vía oral o de forma manuscrita debían ser impresas y difundidas con el nuevo soporte tipográfico, es decir, a través de la imprenta, del libro y de un sistema escolar y académico institucional basado en el mismo? ¿qué es lo que se consideraba suficientemente valioso, es decir, digno de ser impreso, y qué no? ¿a quiénes correspondía decidir lo que era o no valioso y, por tanto, lo que debía o no ser impreso?"
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"La cuestión es muy simple: los usos que se están haciendo de los nuevos soportes tecnológicos para preservar la herencia cultural, o sea, el saber, el conocimiento y las prácticas que se consideran valiosas y que, por ser así consideradas, deben ser reelaboradas y transmitidas a las generaciones posteriores —en especial desde el advenimiento de Internet, sin olvidar la omnipresente televisión y la no menos omnipresente publicidad—, poseen una serie de rasgos que afectan, que están ya afectando, a los procesos de construcción y reconstrucción de la memoria y, por tanto, del patrimonio y herencia culturales."
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"La hipótesis de la que partimos es la de que vamos hacia un estado en parte diferente de la memoria, es decir hacia una situación, ya presente, en la que los cambios acaecidos en los soportes de la memoria implican nuevos tipos de relaciones e interacciones tanto con la historia como con el patrimonio en general y, de un modo específico, con la educación institucional o formal. Nuevos tipos que coexisten con los preexistentes y que, incluso, interactúan y se modifican entre sí.
Ello afecta, por supuesto, a las políticas del olvido y de la memoria, a los modos conmemorativos, a los de escribir y hacer historia y, cómo no, a esos lugares institucionales de la memoria, tan estrechamente relacionados con el patrimonio histórico-cultural, que son los archivos y los museos. Afecta a su papel, a la concepción que se tenga de los mismos y a su actividad. Un archivo, se ha afirmado recientemente, “no es su contenido material, analógico o digital, sino el uso que se haga de él”. Y un museo “no es sólo sus salas de exposición repletas de objetos, imágenes o narraciones, sino una idea dedicada a la educación, al cambio de los valores dominantes”. Son “el uso y las maneras de acceso a la información” las que diferencian estas “dos entidades con un objetivo muy semejante”. Sin embargo, dichas diferencias tienen a diluirse. Al fin y al cabo “un archivo expuesto es un museo y no puede haber museo sin acción archivística propia” (Marí, 2010). Ambos además, archivo y museo, confundiéndose entre sí y entrelazándose, sólo merecen tal nombre si lo catalogado y conservado es objeto de estudio y si, al mismo tiempo, es divulgado y conocido. De este modo, a la cuestión de quién o quiénes van a ser los que tomen las decisiones —de modo sistemático o aleatorio— acerca de lo que debe, o no debe, ser preservado y transmitido, y de cómo y con qué soportes debe ser preservado y transmitido, se añade la de quiénes deciden lo que debe ser estudiado y divulgado y cómo y con qué soportes deben llevarse a cabo ambas tareas. El futuro, en este punto, está abierto a diversos escenarios. Que el resultado final sea uno u otro afectará tanto a la educación y la formación de las nuevas generaciones como a su grado de libertad, responsabilidad, autonomía y sentido crítico."
Sugerimos la lectura íntegra del texto, que puede hallarse en:
revistas.um.es/educatio/article/view/111951
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