12/12/10

Documentos olvidados en un sótano durante cuarenta años


Los expedientes SADE 
(fragmento)

Unas Cartas escritas en inglés de Sarmiento desde Nueva York 
como embajador argentino antes de ser presidente.

Por Juan Pablo Bertazza

Ahora que vuelve a estar de moda el espionaje, si hubiera que rastrear en la literatura argentina un escándalo equivalente al de Wikileaks, ese sería la publicación del Borges de Bioy Casares. Aquel diario incendiario de 1600 páginas que reunía en el contexto de sus conversaciones de sobremesa patadas al estómago de escritores nacionales como Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Ernesto Sabato, Juan L. Ortiz, Oliverio Girondo, Manuel Puig, y también internacionales como Thomas Mann, Nabokov, Goethe y hasta Shakespeare, es algo así como el Wikileaks de nuestras letras. Filtraciones de una época en la que semejante artillería irónica era capaz de quebrar las relaciones diplomáticas literarias con mucha más fuerza que todas las polémicas actuales juntas.
Aunque menos estridente y polémico, pero aun más misterioso y enrevesado, hace algo más de un año, exactamente el viernes 25 de septiembre de 2009, tuvo lugar otro acontecimiento de novela que, por razones muy distintas, también podría candidatearse como la gran filtración de nuestra literatura: un descubrimiento tan inesperado como azaroso que tuvo lugar en el edificio de la SADE de la calle Uruguay. Algo que podría rotularse como los Expedientes Secretos de la literatura argentina, una catarata de 2000 documentos y manuscritos originales de una gama de escritores de primera línea que va desde Sarmiento hasta Alfonsina Storni, los cuales, al mismo tiempo que traen desde el más allá a los popes de nuestra literatura, extrañamente se encargan también de agrandar su mito. Cartas inéditas de Sarmiento escritas en inglés durante su función de embajador argentino en los Estados Unidos; reveladoras misivas de Juan Bautista Alberdi a Esteban Echeverría defendiendo la figura de Rosas; manuscritos de poemas de Almafuerte, Evaristo Carriego y Horacio Quiroga; una carta de amor en la que José Hernández, más gauchesco que nunca, llama a su esposa “chinita querida”; un borrador tachado y corregido de “La marcha triunfal” de Rubén Darío que puede esclarecer la génesis siempre atractiva y confusa de este poema compuesto en 1895; más las joyas de la serie que son, sin lugar a dudas, la patente de invención de Roberto Arlt por su “nuevo procedimiento industrial para producir una media de mujer cuyo punto no se corra en la malla” y la amarguísima y desoladora última carta que escribió Alfonsina Storni antes de adentrarse en el mar. El autor de ese descubrimiento de índole alephiana fue Alejandro Vaccaro, justamente un admirador y especialista de Borges, quien sólo lamenta que, entre esa catarata de documentos, no hubiera casi nada sobre el autor de Ficciones: “Nunca voy a olvidar ese día: haciendo un poco de orden en el sótano del edificio de Uruguay, que la gestión anterior había dejado en ruinas, vislumbré una serie de documentos y me imaginé que eran remitos. Lo primero que vi fue el manuscrito de la carta que José Hernández le escribió a su esposa. Me temblaban las manos, revolvía y por todos lados salía material valioso, yo iba mostrando todo, consultaba, pero nadie sabía de la existencia de esos documentos que, según mis rastreos, permanecieron ahí durante 25 años. En realidad, los fue recolectando el escritor y ensayista español Fermín Estrella Gutiérrez, presidente de la institución desde 1959 hasta 1961, con la intención de crear el museo de la SADE.

(El destacado nos pertenece.)

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