Relato de Alicia Clerbout de Cano (I)
La Sra. Alicia Clerbout de Cano, ya nonagenaria, nos deleita haciendo
memoria con minuciosidad y precisión respecto de algunas vivencias de su
escolaridad primaria y secundaria en Quilmes. Agradecemos profundamente su
cordialidad y gentileza.
“Erminia Casagranda de
Altenburger, mi abuela, fue durante muchos años casera-portera, de la Escuela
Nº 19, tanto mientras ésta ocupó el edificio de la calle 25 de Mayo entre
Pringles y Paz, como cuando se mudó al edificio que inauguró en las calles
Mitre y Ortiz de Ocampo, donde todavía sigue funcionando. (Era una magnífica
construcción, con amplias aulas, una magnífica biblioteca, un piano, material
ilustrativo abundante, grandes patios, un jardín y había también un trapecio,
hamacas y argollas. No sé en qué estado estará hoy).
Doña Erminia, como todos la
llamaban, vivía en la escuela y desempeñaba múltiples roles: se ocupaba de la
limpieza y mantenimiento, por las mañanas recibía al personal y a los alumnos,
era la que tocaba la campana, la que preparaba un té calentito para la
directora y las maestras, pero sobre todo era la que consolaba, los primeros
días de clase, a los alumnos de primer grado que extrañaban a la mamá, la que
curaba los raspones de los violentos que se caían en el recreo, y a los que se
descomponían en la escuela. Ella preparaba y repartía la “copa de leche” que
gracias a la Asociación Cooperadora recibíamos todos los días. Se trataba de un
delicioso pancito de Viena, y un jarro de cocoa, que ella siempre llenaba más
para aquellos que sabía que en la casa la comida no sobraba. A veces un
integrante de la Cooperadora traía a la escuela una de las vacas que él criaba
y que había tenido cría, y Doña Erminia entonces también se ocupaba de
ordeñarla. Por supuesto que estaba al tanto de todo lo que sucedía en la
Escuela. Los padres preferían tratar con ella que con la Directora. Ella les
solucionaba cualquier problema que tuvieran.
Sabía leer y escribir
perfectamente. Ah! Y además, mi abuela curaba el empacho. Un doctor de Quilmes,
el Dr. Eluztondo “el Vasco”, enviaba a las madres que llegaban a su consultorio
con un chico enfermo, a ver a Doña Erminia. “Ella se los cura en dos o tres
días -les decía- yo tardaría un mes”. Mi abuela preparaba un ungüento con
ceniza y algunas hierbas, ponía al enfermo boca abajo, sobre sus rodillas, y le
pasaba la pomada a la altura de la cintura. Un pequeño crujido y el “cuerito”
se había despegado. Y créase o no a los tres días el chico estaba saltando de
nuevo. Por supuesto, ella no cobraba un centavo.
En la escuela todo transcurría en
un clima de respeto, paz y tranquilidad. Todos se respectaban, la Directora era
tratada de Señora y riguroso Usted. Los alumnos llamábamos Señora o Señorita a
nuestros maestros (el “seño”, tuteo o nombre de pila no se usaba, no nos
hubiéramos atrevido nunca a usarlos. Personalmente creo que el tuteo ha
contribuido en parte a la indisciplina, da como derecho a una confianza
exagerada).
En clase todos se comportaban
bien, a veces en los recreos entre los varones había algún empujón violento,
entonces el castigo era “el plantón”. Si la falta se consideraba grave, el
plantón se cumplía en la dirección, falta más leve se cumplía en el patio y
podía abarcar uno, dos o tres recreos.
No se toleraban, por supuesto,
las faltas de respeto, las malas palabras y los actos violentos. Pero pocas
veces sucedías estos tipos de faltas. Los niños eran todos buenos, eran más
sumisos y obedientes que los de ahora, y había sobre todo un apoyo a los
maestros de parte de los padres, quienes no se hubiesen atrevido nunca a
discutir con los educadores.
Los maestros podían llegar a ser
severos, pero nunca hubo castigos físicos; sólo recuerdo entre mis maestras la
de 2º grado, quien solía repartir algún tirón de oreja, o alguna zamarreada. Se
era severo, en realidad, con relación a la aplicación y muchos repetían de
grado. No se podía pasar a 2º grado, por ejemplo, sin saber leer.
Cédula escolar de Alicia Clerbout, páginas 4 y 5 |
Existían en esa época los
“gratis”, alumnos que no pagaban la cooperadora, por su condición de pobres a
los cuales el Ministerio proveía de lápices y cuadernos y la cooperadora de
algunos libros y cada tanto de un guardapolvo.
Nuestros juegos en los recreos
eran más inocentes: la rayuela, las rondas, las figuritas, la tapadita, etc. y
en invierno, para entrar en calor, saltar a la cuerda. Estos para las chicas;
para los varones la mancha, hacer bailar el trompo, las bolitas… y alguna vez
“el rango y vida”.
Yo siempre amé mi primera escuela
y tuve la suerte de contar con excelentes maestras que me inculcaron el amor a
la verdad, al trabajo, al orden y a respetar a los demás.
Nos enseñaron también a ahorrar:
teníamos nuestra Libreta de “Ahorro postal”; cuando nos sobraba una moneda
comprábamos estampillas que se pegaban en esta libreta, nos daba un pequeñísimo
interés y esa cantidad podía retirarse en cualquier momento.[1]
Recuerdo el nombre de cada una de
mis maestras y lo que cada una me brindó con profundo agradecimiento.
Cédula escolar, páginas 26 y 27 (Pcia. de Bs. As.) |
Pasé luego a la primaria del
Colegio Normal, donde volví a cursar 5º y 6º grados. Los alumnos pertenecían a
un nivel social más acomodado, ya no había “gratis”. Había mucha disciplina y
respeto y nadie repetía el grado.
El contenido de los programas
difería bastante de aquéllos de las escuelas de provincia. En los recreos ya no
organizábamos juegos ni se podía correr.
Mi maestra de 5º grado fue la
Srta. Ana Luther, excelente maestra a quien yo admiraba y que sin duda me marcó
en muchos sentidos. En 6º grado, la Srta. Fausta C. Sáenz (a quien llamábamos
Ferrocarril Sud, porque tenía una valija donde se llevaba nuestros cuadernos
para corregir, con grandes iniciales F.C.S.) fue también muy buena maestra, e
inició en la escuela el cultivo de hortalizas, cosechábamos unas lechugas y
unas zanahorias riquísimas, pero esta iniciativa no prosperó.
Estas clases de 5º y 6º también
eran visitadas por los “practicantes”, alumnos del secundario que se recibirían
de maestros. Daban algunas clases y traían siempre mucho material ilustrativo."
(Continuará...)
NOTAS:
[1] La Caja
Nacional de Ahorro Postal fue
una entidad financiera argentina creada el 5 de abril de 1915, durante el gobierno
del presidente Victorino de la Plaza, con la finalidad de
fomentar el hábito del ahorro.
Su libreta
de ahorro fue utilizada para
depositar los ahorros de muchísimos niños argentinos por aquella época puesto
que permitía ahorrar pequeñas sumas de dinero comprando estampillas que se
pegaban en la libreta, y que eran admitidas por la entidad como valores en
depósito.
Libretas de Ahorro de la Caja Nacional de Ahorro Postal.
La escuela Nº 19 inició su historia institucional el 1° de setiembre de 1906. La escuela comenzó su historia en la calle Paz 444 casi esquina Olavarría, propiedad de Isidro Moreu, providencialmente frente a la plaza José Antonio Wilde. En agosto de 1907 se traslada a 25 de Mayo 465 entre Paz y Pringles, casa que fuera del Dr. Wilde, médico, periodista y educador, autor del Silabario Argentino, de uso en las escuelas, y de su talentosa esposa Victoria Wilde de Wilde. Era una gran casona en forma de “U”, con portones de hierro en los extremos y pared con reja entre ellos. Se hallaba en el extremo de la manzana comprendida entre las calles 25 de Mayo, Paz, Pringles y Brandsen. Se conocía como “la escuela de Amigo”, pues ese era el apellido de su primera directora: Justa María Ángela Amigo (n. 1877) mujer con muchas inquietudes en pos de la educación y la niñez. En 1909 integró como tesorera la Sociedad Protectora de la Infancia Bartolomé Mitre, creada a instancias del Prof. Atanasio Lanz.
ResponderEliminarLa escuela comenzó a funcionar con dos grados, uno a cargo de la directora y otro de Isabel Berberini. En 1920 era directora Delia Rocca de Rey. El 20 de agosto de ese año, por permuta, se hizo cargo de la dirección Constanza E. Pereira de Lascano Había egresado de la Universidad Nacional de La Plata en el año 1915; con los títulos de Farmacéutica y Profesora de Enseñanza Secundaria Normal y Especial en Química. Fue nombrada directora de la Escuela Nº 1 de Tres Arroyos el 2 de mayo de 1916, a cuyo frente permaneció cuatro años y tres meses. Durante el tiempo al frente de aquella institución, tuvo a su cargo, además, la dirección de la Escuela Normal Popular.
En 1918 se inaugura el Curso Complementario con 5º grado a cargo de María R. Calvo de Barreda y 6º grado desde el 26 de marzo de 1919 a cargo de Isabel Forbes reemplazada el 24 de marzo de 1920, por Carmen C. Caputto. Isabel C. Forbes era egresada de la escuela Normal de Quilmes en 1917 con sus hermanas: Jorgelina Emilia y Leticia. En 1922 la Escuela contaba con 304 alumnos hasta 6° grado.
En 1927 la señora de Lascano fue designada Inspectora de Escuelas de la Provincia. Su iniciativa quedó demostrada con la creación de la "Asociación Pro Escuela Nº 19", entidad similar a una creada por ella en Tres Arroyos, para distribuir guardapolvos, calzado, libros y útiles. Implantó la "'Copa de leche", para todos los alumnos por igual. El 1º de julio de 1930 la escuela inicio su labor en una propiedad del Consejo Escolar. Precisamente el 24 de junio de 1930 se había concluido el edificio levantado en un terreno compuesto de media manzana; se componía de dos plantas con diez grandes aulas y casa habitación para la directora, Angélica E. de Costa. Tenía 13 secciones con 409 alumnos. La vicedirectora era Adelina Rollini (ingr.16/8/30) y la primera secretaria Ernestina Salas Matienzo de Otamendi (ingr.8/3/34)
Hasta 1931, en que ingresa Herminia de Altemburger, los porteros eran eventuales. Esta primera auxiliar era colaboradora de la escuela desde que se hallaba en la propiedad de los Wilde. En 1933 la acompaña como cuidadora su hija Noemí Altemburger. En ese año poseía 16 secciones de 1° a 6° grados con 538 alumnos en dos turno y la directora era Angélica E. de Costa. Los directivos en esos años aún vivían en el establecimiento con casa sobre la calle Mitre.
Muchas gracias por el aporte, profesor Agnelli!
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