ARCHIVOS FOTOGRÁFICOS
EL TRABAJO DE LOS QUE RESCATAN FOTOS CON VALOR HISTORICO O CULTURAL
Cuidar la imagen
Por Soledad Vallejos / Página 12
Son estudiantes de conservación, restauradores de bienes culturales, fotógrafos, voluntarios. Pasan horas y días limpiando negativos o fotos que fueron descuidadas o incluso tiradas a la basura. Logran salvar archivos enteros. Dónde se puede ver su trabajo.
Kilos de fotos en papel. Cientos de miles de metros de material fotográfico revelado. Placas de vidrio tan valiosas y sensibles como el oro en polvo. A veces, cuanto queda de un lugar, de una persona, de una ocasión irrepetible, es eso: una imagen. Y de imágenes está llena la memoria, pero no siempre alcanza. Cuando esa memoria es histórica y se vuelve social, comunitaria, los distintos soportes, los años, el clima o detalles tan –aparentemente– pequeños como un poco de humedad, algo de sol o simple polvillo pueden alterarla para siempre, y hasta borrarla en parte. Dicen los que saben que el color se debilita rápido; el blanco y negro son más nobles; las placas de vidrio requieren miramientos y delicadeza extrema. Claro: esas cosas no las sabe cualquiera. Alguien tiene que hacerlo y afortunadamente unos cuantos sí lo hacen. Los trajines y resultados parciales de una de esas experiencias –todavía en proceso– pueden espiarse en la Muestra Anual de Fotoperiodismo de Argra, que termina hoy. Y también, pero ya sin fecha de cierre, puede consultarse algo de la memoria histórica, reciente pero no solamente, que preserva y comparte el Archivo General de la Nación con quien se acerque y pida ver.
Ojos bien despiertos
Cae la tarde helada sobre La Boca y, en un primer piso, siete personas se apasionan por fragmentos de material fotográfico. Todo eso que ahora está sobre la mesa un día del pasado reciente apareció enmohecido, arruinado por calor, frío extremo y hasta yerba. Alguien había tirado a la calle negativos de años de trabajo periodístico en una decena de bolsas de basura. Alguien más, periodista y ante todo chismoso, fue con el cuento a fotógrafos en actividad en distintos medios periodísticos de Buenos Aires. Ellos fueron a buscar esas bolsas y al abrirlas se encontraron con que los negativos eran del archivo fotográfico de la revista Veintiuno. “Ver lo que había en esas bolsas fue el último de muchos clicks”, dice Ezequiel Torres, de la Fototeca de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (Argra), uno de los responsables de que ese material que casi se pierde para siempre esté, ahora, siendo recuperado para integrar fondos documentales y permanecer siempre disponible para consultas. Entre esos negativos de fotos que tejen también la historia reciente estaban, por caso, las imágenes que Daniel Dabove tomó de Emilio Eduardo Massera violando la prisión domiciliaria en el año 2000. Fueron esas instantáneas y los testimonios que confirmaban las salidas continuas del represor lo que terminó por considerar la Justicia para revocarle el beneficio y ordenar que cumpliera su condena en Campo de Mayo.
“Los fotógrafos estamos poco acostumbrados a reflexionar sobre esto. Hacemos, producimos, seguimos adelante”, explica Torres, para graficar cómo es que el día a día y las urgencias de las jornadas de trabajo a veces –las más de las veces– impiden evaluar, sopesar, clasificar y atesorar el material propio. Los tiempos de lo cotidiano conspiran contra los de un archivo meditado. “Un día te das cuenta de que tenés 20 años de laburo atrás, de que hay referentes que tienen 50 años de laburo, y ninguno guardó o tiene nada de eso. Hay muchos archivos que se han perdido y no sabemos de qué manera.”
Entonces aquí están: voluntarios de la escuela de fotografía de Argra, estudiantes de conservación y restauración de bienes culturales –también voluntarios–, fotógrafos profesionales, un conservador experto y dos asistentes. Hay pipetas de aire, pinceletas, linternitas, planillitas para apuntar las imágenes que van despuntando. Los voluntarios y el conservador usan guantes finitos, como quirúrgicos; en una mesa, espían los negativos con linterna, les hacen una primera –delicada– limpieza; los acomodan en sobres nuevos porque los que trajeron hasta aquí están carcomidos, dañados irreversiblemente y en muchos casos plagados de hongos. En otra mesa, miden, marcan, cortan los sobres en papel libre de todo riesgo. En la última mesa, sobre la que todavía cae alguna luz del día por la ventana, a los guantes se suman algodones: ahí atraviesan el momento más delicado, de limpieza intensiva, los negativos que llegaron a tener hongos y, tal vez, a perder con ellos parte de sus imágenes. Los resultados se sabrán recién al terminar. Hasta entonces, los conservadores sólo pueden trabajar y confiar en que gran parte del material sobrevivirá.
El fotógrafo Torres dice que eso que sucede en las mesas implica costos: material, de tiempo, de organización. Que requiere también un equipo interdisciplinario y formación, asesoramiento.
La imagen viva
El material fotográfico es orgánico, frágil. Tiene una vida útil cuya extensión depende del trato que reciba. El conservador Mauro Mazzini traduce la tarea en una idea: “Estamos tratando de detener el tiempo”. Trabaja con voluntarios, y con dos asistentes ya formadas, María José Burgos y Natalia Ibarra. La regla básica de todo trabajo de conservación, agrega, es inapelable: que la intervención sobre el material no haga más daño que el que ya dejó huella sobre él, porque se trata de “conservar para que dure lo más posible”. “El nuestro es un trabajo de conservación y estabilización, no de restauración, porque lo que se perdió no se recupera. Por lo menos en este caso nos dimos este criterio. No se puede hablar de restauración con la cantidad de material que se encontró, no sería serio”, explica. Alrededor del salón donde los negativos van y vienen se ven pilas de cajas de colores: allí están los materiales que fueron rescatados de la basura. Las estimaciones, quizá algo conservadoras, estiman que son 500 mil fotos, una ínfima parte de ellas en blanco y negro. Ma-zzini detalla que las fotografías en color son más frágiles que las blanco y negro. La diferencia es abismal: las imágenes en color pueden conservarse como nuevas alrededor de 15 años; las que fueron tomadas en blanco y negro, “150, 200 años”.
En Argentina, los archivos muchas veces tienen más brechas que memorias. Sin ocultar la pena, el conservador Mazzini enumera pérdidas del patrimonio histórico que conoce, por haber trabajado en el rescate de acervos para distintas instituciones nacionales: “Papeles del siglo XVI, materiales textiles del siglo XIX, fotos, el 95 por ciento del patrimonio fílmico de cine mudo, el 70 por ciento del patrimonio de cine sonoro”. Dice que hubo excepciones, como la época en que “a las cintas de fílmico las quemaban en el parque Tres de Febrero porque no había dónde archivarlas y tampoco importaba”. ¿Y con el patrimonio que va tomando forma ahora, cámaras digitales y memorias de computadoras mediante, qué puede pasar? Mazzini dice que es un misterio. Que la tecnología cada vez se vuelve obsoleta más pronto y que eso con el papel no pasaba.
El restaurador explica que a veces las pérdidas tienen menos que ver con la mala suerte que con la necesidad de dotar de condiciones muy precisas los espacios de preservación. “La mayoría de las cosas necesitan ser guardadas en ambientes fríos, y no siempre hay dinero para acondicionar así. A veces, cuando lo hay, no alcanza el dinero para mantenerlo cuando se rompe. Esas variaciones en las condiciones, finalmente, hacen más daño que no haberlas tenido nunca”. Por otra parte, aunque en artes visuales y hasta en escultura y patrimonio arquitectónico a veces se debatió y puso en práctica la restauración como modo de completar lo que se ha perdido y, en algún sentido, conservar la idea, en foto Mazzini insiste en que es muy difícil. ¿Cómo reconstruir en una imagen lo que el tiempo, los hongos, la nula conservación se llevaron? Basta asomarse a la muestra anual de Argra (que termina hoy en el Palais de Glace) para ver revelados y ampliados algunos de esos negativos dañados: un rostro que apenas se adivina, situaciones interrumpidas por líneas de hongos, amontonamientos de lo que alguna vez fue una imagen comprensible.
MEMORIA GRÁFICA DE LA ARGENTINA
Un día en el AGN
Por Soledad Vallejos / Página 12
Sobre la mesa de trabajo hay un sobre de papel para guardar negativos y tiene un membrete: “Subsecretaría de Informaciones. Dirección General de Prensa. División fotografía”. Hoy está en un escritorio del Archivo General de la Nación (AGN). Sobrevive desde la época en que Raúl Alejandro Apold regía los destinos de esa oficina y ahora es patrimonio histórico, como la imagen que llegó en su interior, y que en el presente, en este octavo piso de Alem al 200, está en proceso de revisión y puesta a punto para, luego, ser digitalizada. Seis pisos más abajo, unas cuatro personas pasan el rato ante computadoras en las que pueden ver qué imágenes aparecen atesoradas bajo ciertas palabras clave, o por años en particular. Saben que una vez que den con lo que buscan, con identificar el archivo, alcanza para pedir una copia en soporte digital, que está arancelada (3 pesos cada foto), pero es posible y rápida de obtener. Emilia, una de las responsables de atención al público, dice que reciben unas 200 visitas por mes, que son “estudiantes, constructores, documentalistas y muchos arquitectos, porque vienen a buscar fotos de lugares específicos de la ciudad para hacer trabajos de restauración”.
El AGN resguarda, entre otras cosas, la memoria fotográfica de Argentina, en un departamento específico que en los últimos tres años atravesó un proceso de digitalización masivo. ¿Por qué? Porque tenía fondos preciosos cuya manipulación podía terminar por perjudicarlos de manera irreversible. El sociólogo Juan Pablo Zabala, que dirige la institución, detalla algunos archivos cuyas imágenes forman parte de la memoria histórica social. Habla del archivo Witcomb (el estudio fotográfico que retrató el cambio del siglo XIX al XX y también buena parte del XX), “que en su mayoría son retratos y tarjetas de visita y están en placas de vidrio”. El fondo, además, incluye las fotografías tomadas por Cristiano Junior, el portugués que vendió su estudio pionero a los Witcomb y que antes había retratado a Lucio V. Mansilla, Domingo Faustino Sarmiento y otras celebridades, pero también tuvo la alocada idea de recorrer el país a fines del siglo XIX para dejar “álbumes de vistas y costumbres” de Argentina.
Zabala sigue enumerando: “El archivo fotográfico de la revista Caras y Caretas, de diarios como Crítica, Noticias Gráficas, Tiempo Argentino, Alerta. También hay fondos proporcionados por el Estado, como las fotografías de (el director de Fotografía de Presidencia de la Nación) Víctor Bugge, y los fondos de la Secretaría de Prensa y Difusión con sus variantes a lo largo de los años”. A todo eso, además, se sumaron colecciones privadas. Actualmente, de las cerca de 400 mil fotografías preservadas por el AGN, unas 320 mil se pueden consultar digitalizadas.
“Un archivo siempre tiene la tensión acceso-conservación. Y esa tensión es irresoluble”, explica el sociólogo Zabala, a la hora de razonar sobre la necesidad de que archivos históricos preserven materiales, pero sin cerrar la posibilidad de circulación. A la hora de debatir esos límites, la posibilidad técnica de digitalizar imágenes permitió aflojar las restricciones y ampliar el acceso en un mismo movimiento. Por un lado, las fotos pueden consultarse sin necesidad de ser manipuladas materialmente, con lo que se ahorra un desgaste antes inevitable. Por otro, al ser un archivo digital conectado a una red de computadoras, también pueden ser consultadas por varias personas al mismo tiempo; la idea de sacar turno para ver una foto ya no existe.
“Ante la urgencia, siempre hay que digitalizar”, dice Zabala, quien refiere la necesidad de rescatar aun antes de poder evaluar porque, de otro modo, la dilación podría traducirse en una pérdida. En el AGN todavía quedan materiales por digitalizar, pero, explica el director, está proyectado que sean terminados todos los fondos para fines de este año. En el camino, por otra parte, se hizo un reordenamiento temático, aprovechando que también puede facilitarse el acceso desde el criterio de consulta. “Es como reconstruir conceptualmente los ficheros. Antes, se seguía el criterio archivístico de guardar según el origen del fondo. Ahora, nosotros no queremos perder esa información que existe, pero sí aplicar las posibilidades de la base de datos. Entonces sumamos la posibilidad de buscar por nombre, algo que antes era mucho más complejo”.
Emilia no duda un segundo si tiene que decir cuál es el hit de las búsquedas: “peronismo, Eva, Perón. Siempre”. En los últimos tiempos, también se registraron muchas consultas de transportes. Pero hay algo así como recurrencias de temporada: poco antes de las fechas patrias, no faltan las consultas relacionadas. Un clásico permanente, sin sobresaltos pero con regularidad, es también el pedido de imágenes del Buenos Aires antiguo, cuanto más principios del siglo XX, mejor.
Los fans de las fotos viejas
Por Soledad Vallejos / Página 12
En su fan page de Facebook, el AGN demuestra que la digitalización también tiene otras consecuencias. Por ejemplo, azuzar y alimentar la curiosidad visual. “Las fotos encantan... bah, les digo fotos, pero son documentos fotográficos”, dice y se corrige enseguida Magdalena Insausti, responsable de la comunicación de la institución y alma mater del perfil de AGN en la red social. Con los meses, Insausti aprendió que basta una imagen impactante para llamar la atención y provocar intervenciones asombrosas: debates aguerridos por la atribución de una foto, consultas sobre fechas, recuerdos personalísimos compartidos por desconocidos y comentarios durante toda una jornada. Cada día, el AGN sube a Facebook al menos una nueva foto del patrimonio, a veces, de acuerdo con la participación y, si algún tema de actualidad lo impulsa, pueden ser dos o tres. Allí, en la cotidianidad virtual van resucitando vendedores ambulantes de principios de siglo, trabajadores de obra pública que hace décadas transformó un paisaje de gran aldea en espacio urbano, soldados en expediciones de frontera, retratos de personajes históricos.
En el tiempo que llevan compartiendo el acervo, dice Insausti, “la imagen que más impacto emocional tuvo fue una de unas maestras egresadas, que colgamos para el Día del Maestro. No sabemos por qué pasó, pero no paraban de aparecer comentarios”. También levantó polvareda un clásico no tan conocido: el primer daguerrotipo del paisaje de Buenos Aires, en el que se puede ver el Cabildo. Le siguen los retratos de internados en hospitales porteños, como los tomados en el Hospicio de Alienados. Claro que las reacciones siempre pueden sorprender un poco más, porque una foto que cosechó menciones y fue compartida como pocas, en realidad, no era ni de una situación ni de una persona ni de un momento de alto valor histórico. “Un cactus. Una cosa rarísima. Era el documento fotográfico de un cactus gigante hallado una vez en Salta. Y estalló, eh.”
Una fototeca periodística
Las tareas de conservación del archivo fotográfico rescatado por la Fototeca de Argra todavía tienen meses por delante. Una vez que las 500 mil fotos hayan pasado por todo el proceso, se sumarán a los fondos que, desde 2004, cuando comenzó la Fototeca con el hallazgo de archivos periodísticos (fotográficos y escritos) de 1975, daban cuenta, descarnadamente, de la estrategia de comunicación de la Triple A. A eso, luego se sumaron fondos fotográficos de medios periodísticos, como Página/12, y todo el material reunido para las sucesivas muestras anuales de la asociación. La Fototeca, además, tiene un espacio físico propio en el Archivo Nacional de la Memoria (la ex ESMA), por un convenio firmado con la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. “Ahí tenemos una oficina de trabajo y un espacio de guarda del archivo analógico que estamos terminando de acondicionar”, explica el fotógrafo Torres.
El proyecto es que cada región, y en lo posible cada provincia, tenga una fototeca propia para preservar en su lugar de origen el material fotográfico. Luego, Internet y digitalización mediante, proyectan unir todos los archivos para que la consulta sea posible desde cualquier punto. “Queremos que haya una fototeca nacional de Argra, que comparta todos los archivos para consulta, y que cada región guarde el archivo físico”.
Mientras tanto, la tarea de conservar el “Archivo Veintiuno” continúa, y la Fototeca recibe con los brazos abiertos a los voluntarios, que pueden contactarse mediante correo electrónico (mjmfotografia@gmail.com).
Fuente: Diario Página 12, Domingo 4 de agosto de 2013, svallejos@pagina12.com.ar
Agradecemos a la Sra. Susana von Lurzer el habernos acercado este artículo.
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