1º de MAYO DE 1948
ARMANDO CÉSAR BUCICH
Por Chalo Agnelli (Adaptado)
Bien decía recientemente una esclarecida artista y escritora que ser justicialista durante los dos primeros gobiernos del Gral. Perón (1946-1955) y a su vez, pertenecer a sectores de la clase media y media alta, era dramáticamente difícil, ese fue el caso del profesor Armando César Bucich, ensayista y escritor, autor, entre otros, del libro "La Verdadera Democracia", editado en 1952.
Muchas familias de esos sectores sociales se dividieron indefectiblemente por esta causa. Quilmes tiene algunos ejemplos al respecto. Aquellos eran "años de rabia"... que parecieran reeditarse hoy.
Armando C. Bucich fue docente, pertenecía a dos familia de educadores de extenso arraigo en Quilmes. Fue periodista y como tal perteneció a la Asociación Gente de Prensa junto a otras personalidades locales como el Prof. Luis Ricagno, Guillermo A. Ithursarry, Martín Ibarra Figueredo, Francisco Urrestarazu, entre otros.
Había nacido en Quilmes el 6 de febrero de 1900, cuando despuntaba el siglo y esta localidad ni siquiera era ciudad. Fueron sus padres Juan Felipe y Rosa María Vaccarezza. Fue a la escuela Nº 1 y luego en el Colegio Nacional "José Manuel Estrada" de la Capital donde se recibió de Maestro Normal y Profesor Normal con especialidad en Letras, título que por esos años habilitaba a dictar varias materias de la enseñanza secundaria.
Comenzó la carrera docente en 1919, en la escuela Nº 10 de la Capital donde permaneció hasta 1923, luego pasó a la Nº 17 (9/3/23-10/10/32); a la Nº 19 (20/10/32 - marzo 1936) y a la Nº 24 (marzo, 1936 - 30/8/40) todas de la Capital. Luego, fue secretario técnico de los Consejos Escolares capitalinos Nº 3 (21/8/40-31/12/42), Nº 19 (1/1/43-11/9/44), Nº 6 (12/9/44-16/9/47) y el Nº 18 (17/9/47-1952).
Simultáneamente fue profesor de historia y geografía en el Colegio Nacional de Quilmes desde el 11 de octubre de 1930 hasta el 28 de marzo de 1948, año en que la actividad periodística, cultural y política le obligaron a quedarse con las 3 horas de Geografía que tuvo en la Escuela Normal de Quilmes desde el 4 de noviembre de 1947 [1] hasta su renuncia en 1952.
De izq. a der.: el Prof. Armando C. Bucich, Edith March,
Isabel Salas Matienzo y el Dr. Tomás Otamendi (1929)
El profesor Bucich fue electo intendente por el Partido Justicialista, en las elecciones democráticas del 25 de abril de 1954 y asumió el 1º de mayo subsiguiente.
Aún, en ese entonces, el mandato de los intendentes era de tres años, pero como consecuencia del golpe de estado cívico-militar del 16 de setiembre de 1955 fue depuesto, sustituyéndolo como comisionado del gobierno de facto el capitán de fragata Rogelio Collet, vecino de Bernal, quien asumió el 6 de octubre y permaneció en el cargo hasta el 12 de marzo de 1958. Inmediatamente, la dictadura declaró proscripto al partido peronista. En todos los municipios se crearon comisiones investigadoras. En Quilmes dicha comisión presentó un informe final el 26 de marzo de 1956, según el cual se dictó la prisión para los dos últimos intendentes del distrito don Pedro T. Bond (en el período 1952//31-4-1955) y don Armando C. Bucich (en el cargo 1 año y 4 meses).
Su esposa, Edith María Antonia March, también fue educadora. Había nacido en Quilmes el 7 de febrero de 1907, era hija de Guillermo March Iparraguirre y de Rosa Scardino Gaudencio. Egresó como maestra de la Escuela Normal en 1925 y transcurrió en esa institución su carrera docente como Ayudante de Prácticos. Además integró durante varios años su cooperadora. Armando y Edith tuvieron tres hijos: Mábel Gloria, Ariel y Nora. Su casa de Colón 475 fue un hito de la cultura y la política en las cuatro décadas duramente cruciales de la historia argentina del siglo XX, la de los años `40 hasta la consumación de los `70.
A partir de la primera presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1952), la conmemoración del día del trabajador alcanzaría una notable importancia, organizándose celebraciones multitudinarias en todo el país. A raíz de las numerosas reivindicaciones obreras logradas por el peronismo, el 1º de Mayo se convirtió en un día emblemático. El 1º de mayo de 1948, se le encargó al profesor Bucich dirigir la palabra en el acto por el Día del Trabajador. Con esa adjetivación recamada que dilapidaba el normalismo, figuras y apologías, en parte, por el abuso de los clásicos y la ausencia de las nuevas tendencias literarias que se frecuentaban en las escuelas, pero con una convicción ideológica e intensos sentimientos humanos dijo en la Escuela Normal:
"Cuando la Dirección de la Escuela Normal me honró encomendándome la misión de hablar a Uds. en esta fecha en que se recuerdan las virtudes del trabajo, pensé que si bien no disponía del tiempo necesario para componer un himno al trabajo, a lo que el tema invita insistentemente, bastaba que echáramos una mirada en torno nuestro para que el himno surgiera espontáneo y triunfante, en la contemplación de las mil maravillas que la mano hacendosa del hombre fecunda, crea y embellece. Esta es la verdad, jóvenes amigos, porque la vida toda del hombre digno, es un ininterrumpido canto al trabajo.
El hombre que se respeta y ama su honor, su familia, su patria y su prójimo en el concierto de los pueblos, no repara tanto en el trabajo en sí, como en el fin a que se propone llegar en actitud de triunfador. Esta es la obra a la que daré forma, piensa en el entusiasmo de la empresa imaginada; y desde ese instante su trabajo no es una carga, ni una perturbación, ni una tortura, ni una imposición es el regocijo de las manos en acción, es una fiesta del espíritu en luz. […]
Así contemplamos con asombro los resultados singulares y múltiples de la contienda incruenta de la voluntad del hombre con las fuerzas de la naturaleza.
La tierra que se abre en surcos generosos, donde germina la semilla que culminará en el fruto, nos habla de los sudores y los jadeos del labrador que manejó el arado, combatió la zizaña y canalizó el riego, soportando soles ardientes, vientos helados y ataques traicioneros de insectos voraces.
El agua de las cumbres que administrada en embalses fecunda campos o vivifica poblaciones; los territorios unidos, a través de ríos torrentosos, por atrevidos puentes; la montaña adusta y pétrea, que nos muestra de pronto el agujero del túnel por donde los pueblos hacen florecer el comercio y la cultura, todo nos habla de la grandeza del trabajo, por aquellos que proyectaron con su inteligencia ágil, y por aquellos que ejecutaron con sus manos curtidas y hábiles.
El libro que embellece muchas horas de nuestra vida, nos habla también de las penurias del tipógrafo inclinado sobre su máquina, y del grabador aspirando emanaciones de las cubetas donde preparó el diseño que encanta nuestra vista.[…]
Esto, mis jóvenes amigos, es la poesía del trabajo. Pero hay también una prosa del trabajo.
Esta prosa surge de las relaciones del trabajador manual, del obrero, con la sociedad a que pertenece y para la cual produce. Esta prosa se torna amarga y dolorosa cuando la sociedad, por una desviación de la sensibilidad, que se ha producido en el mundo muchas veces, -y cuyos orígenes y proceso no es grato analizar ahora-, olvida durante décadas los esfuerzos, los sudores, los sacrificios, que originan en los hombres de trabajo los numerosos y variados productos que le proporcionan comodidad, atractivo, gusto y felicidad. […]
Cuando la incomprensión, el olvido y el menosprecio de los trabajos manuales se acentúa en los que lo disfrutan sin valorizarlo, aquellos que producen sin disfrutar y trabajan sin compensación se entristecen en su labor, se escudan en la conformidad, pero no olvidan, y el resentimiento muerde sus almas privadas de la esperanza que da un sentido a la vida. Entonces la prosa del trabajo se embadurna y se ensombrece, y una brecha de confusión separa a los hombres que han olvidado que son hermanos.
[…] Leamos con devoción los artículos de Moreno, los informes de Belgrano, entre otros, para conocer hasta qué punto se esforzaron ellos para afianzar la bienandanza del pueblo cuya libertad estaban conquistando, cimentada en la armonía y la comprensión mutuas de las clases sociales del pueblo que nacía, a fin de asegurar la felicidad de todos por la justicia y moderación de los pudientes, y el merecido bienestar e instrucción de los trabajadores y campesinos.
Fue en las últimas décadas de ese mismo siglo y en las primeras de éste, cuando una desconsiderada infiltración y comando de fuerzas extranjerizantes, que subestimó y arrinconó al hombre de la tierra, desvió el pensamiento sagrado de nuestros padres de la primera hora, y sumió al país en confusión y zozobra angustiosas.
Del contraste de aquellos ideales humanitarios, y de estas perturbaciones deshumanizadas, surgió la revolución que tuvo por jornada máxima el 17 de octubre de 1945, y que las generaciones de hoy vivimos, sustentamos e impulsamos.
Estos son párrafos de historia argentina contemporánea.
Ahora no importan las asperezas y contrastes del momento, las oscilaciones de los precios, los contratiempos en los vehículos, las apreturas y estridencias del tránsito.
Sólo importa la dignificación del trabajo para cimentar la grandeza de la patria, para asegurar la felicidad de las generaciones venideras, y para afianzar la sagrada e intocable soberanía de la Nación.
Los argentinos de hoy, en este centro del siglo veinte, hemos querido conseguir que la prosa del trabajo no se mantuviera alejada de la poesía, y que la poesía del trabajo se enraizara con la prosa para humanizarla y embellecerla.
La hemos conseguido. El artículo 37 de la Constitución Justicialista sancionada el 11 de marzo de 1949, contiene un poema en diez párrafos, que transcribe el “Decálogo de los Derechos del Trabajador”.
Así, alcanzamos mejor el sentido de los versos con que un Ministro de Educación, que se sintió porta ante las excelencias del trabajo bien organizado, cinceló pensamientos que conviene meditar:
"Hoy es la Fiesta del Trabajo.
Unidos por el amor de Dios,
al pie de la Bandera sacrosanta,
juremos defenderla con amor." [1]
Así, alcanzamos mejor el sentido de los versos con que un Ministro de Educación, que se sintió porta ante las excelencias del trabajo bien organizado, cinceló pensamientos que conviene meditar:
"Hoy es la Fiesta del Trabajo.
Unidos por el amor de Dios,
al pie de la Bandera sacrosanta,
juremos defenderla con amor." [1]
Armando C. Bucich
NOTAS:
[1] Decreto del 12 de octubre de 1947, Libro Copiador 1947, folio 810
[2] "Canto al trabajo", marcha de Cátulo Castillo y Oscar Ivanissevich.
FUENTES:
Archivo Histórico de la Escuela Normal de Quilmes.
Biblioteca Popular Pedro Goyena
http://bibliogoyena.blogspot.com.ar/2013/08/armando-cesar-bucich-desorientados.html
http://elquilmero.blogspot.com.ar/2009_07_27_archive.html
http://bibliogoyena.blogspot.com.ar/2013/08/armando-cesar-bucich-desorientados.html
http://elquilmero.blogspot.com.ar/2009_07_27_archive.html
Periódico "El Plata" 11/6/1955, Pág. 3
Diario El Sol, 7/10/1955 - 9/2/1956 -
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