En la actualidad los documentos electrónicos, su especificidad, tratamiento y descripción, ocupan un lugar central en buena parte de los estudios desarrollados en el ámbito de la archivística. A pesar de que en ningún momento dudamos sobre la necesidad y el valor indiscutible que tienen estas investigaciones y propuestas de trabajo -ante el creciente desarrollo de la administración electrónica y la generalización de los procesos de digitalización-, no puede ser olvidado que contamos con un gran volumen de documentos en el tradicional soporte de papel para los que, en algunos casos, es una tarea muy complicada hallar una solución efectiva para tratar asuntos y problemas de conservación que todavía les afectan.
En este sentido, la problemática vinculada a la tinta puede ser considerada como una de las más relevantes, y también más preocupantes. Así, el deterioro que las tintas han provocado -y aún continúan provocando- sobre el papel, y sobre sí mismas, ocupa un lugar de primer orden entre los archiveros, hecho que queda patente con la puesta en marcha de sitios web de tanto interés como The ink corrosion o a través de las intervenciones de restauradores como Ángel Gómez Sánchez, quien en una entrevista que le fue realizada en la primavera de 2011 afirmaba que entre las patologías más difíciles de subsanar y tratar se encontraban los desprendimientos de tintas (ASCAGEN, nº 5, pp. 153-164); o Berta Blasi, que en una interesante entrada de su blog afirma que “…les tintes ferrogàl·liques poden ser la causa de greus alteracions en el paper i altres suports…”.
En efecto, la corrosión causada por las tintas metaloácidas, y especialmente las que poseen un alto contenido en hierro en su composición (tintas ferrogálicas), supone uno de los problemas habituales con los que es necesario enfrentarse cuando nos encontramos ante documentos históricos. Superar este problema no es una tarea sencilla puesto que el poder destructivo de estas tintas es tan elevado que podemos considerarla como una verdadera “asesina”, al destruir los documentos y eliminar, en muchos casos, cualquier posibilidad de recuperación de la información preexistente.
1 -Acidificación y pérdida del soporte por acción corrosiva de la tinta ferrogálica
© Archivo de El Museo Canario. Fondo documental Inquisición de Canarias
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Pero, ¿cómo llega a convertirse la tinta en “asesina”? La respuesta está en la química. El metal que contiene este elemento sustentado, la tinta, puede oxidarse llegando en ocasiones a catalizar el dióxido de azufre atmosférico que, sumado a la humedad ambiental, da lugar al surgimiento de ácido sulfúrico, compuesto químico que potencia la acción corrosiva del ácido que forma parte del material tintoreo. De esta forma, las reacciones de sus componentes químicos y la combinación de éstos con otros compuestos externos, crean el caldo de cultivo idóneo para que poco a poco se vaya degradando tanto la tinta a sí misma, como destruyendo el soporte que lo sustenta.
¿Quién no ha tenido la experiencia de abrir un documento y comprobar que la tinta se ha “comido” o “quemado” el papel que la soporta, se ha transformado en un polvo negruzco o se ha transferido al folio contiguo? ¿Quién no ha desistido de describir un documento al no poder manipularlo sin temer que se deshaga por completo ante los daños y la fragilidad del soporte causados por la tinta? Casi todos los archiveros podríamos contestar afirmativamente a estas preguntas.
Pero este deterioro, la “muerte” del documento, es un proceso lento. La luz, el contacto con el aire, el polvo, la manipulación… son causas que degradan y alteran los componentes y la composición química de los elementos empleados para escribir. Como afirmaron Isabel Garau y Francesc Riera “…su destrucción se realiza silenciosamente y pasa más desapercibida a la vista del pueblo que la de otros bienes del patrimonio histórico…” (1), hecho que, sin duda, juega en contra del propio documento y de la memoria que éste sustenta.
Veamos algunos ejemplos de cómo se manifiestan estos procesos en la práctica, utilizando para ello documentos del fondo Inquisición de Canarias conservado en El Museo Canario (Las Palmas de Gran Canaria).
2 – Transferencia de la tinta de un soporte a otro.
© Archivo de El Museo Canario. Fondo documental Inquisición de Canarias
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La transferencia de las tintas de un soporte a otro (ilust. 2) es una de las manifestaciones más habituales que pueden ser detectadas en documentos escritos con tintas con alto contenido en hierro. Este tipo de deterioro puede llegar a dificultar la lectura del mismo al superponerse un texto sobre otro. Asimismo, supone una alerta para el archivero y conservador, puesto que puede ser sólo el comienzo y el indicio de un deterioro mucho más profundo, razón por la que será necesario tomar medidas de conservación preventiva para que, de alguna manera, se frene y reduzca al mínimo su acción sobre el soporte.
4 – El empleo de tintas de diferentes composiciones es el origen
de deterioros diferenciales en los documentos
© Archivo de El Museo Canario. Fondo documental Inquisición de Canarias
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Sin embargo, en otras ocasiones la potencia destructiva de la tinta es mucho más acentuada, consiguiendo “taladrar” el papel poniendo en peligro de una manera mucho más evidente su estabilidad e integridad. Es muy habitual encontrar, a tenor de las huellas del gesto realizado por el escribano, líneas trazadas con gran rapidez, decisión y energía (ilust. 3). Con el paso del tiempo, ese trazo se transfiere primero a la otra cara del soporte y con posterioridad va desintegrando o cremando las áreas recorridas por la pluma, concediendo una gran fragilidad al mismo. Por otro lado, el empleo de tintas de diversas composiciones, algo perceptible, por ejemplo, en el color que adquieren con el paso del tiempo, es el origen de que el soporte se comporte de manera diferenciada, presentando un estado aceptable en unas áreas y un aspecto de gran deterioro en otras. Este tipo de comportamiento diferencial por efecto de la aplicación de diversidad de material tintóreo sobre un mismo documento es perceptible en aquellos casos en que un escribano o notario corrige un texto precedente con otro tipo de tinta, advirtiéndose en esos casos áreas muy degradadas, con perforaciones y transferencias, conviviendo con fragmentos en un aceptable estado de conservación (ilust. 4)
5 – Efectos corrosivos generados por la acción de la tinta ferrogalica
© Archivo de El Museo Canario. Fondo documental Inquisición de Canarias
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Finalmente, la acción devastadora de la tinta queda patente de una manera contundente cuando se experimenta una acidificación lo suficientemente potente como para degradar hasta tal punto el soporte que sea prácticamente imposible acceder al documento sin que peligre su integridad (ilust. 1 y 5). En estas ocasiones –más habituales de lo que desearíamos- solo queda ponerse en manos de los restauradores, profesionales que intervendrán empleando los protocolos y medios adecuados (métodos acuosos, laminación, desadificación…) con la finalidad de evitar los efectos nocivos causados por las reacciones químicas de la tinta.
No obstante, lo ideal es no tener que recurrir a la restauración, para ello el archivero ha de estar alerta para detectar así cualquier circunstancia, variación o efecto nocivo que pueda afectar a los documentos que custodia, incorporando las medidas de conservación preventiva necesarias a través de las que aminorar al máximo el deterioro, si bien la tinta metaloácida tiene un poder corrosivo y degradante tan elevado que, en muchas ocasiones, ni siquiera las medidas de prevención consiguen frenar su instinto “asesino”.
(1) Isabel Garau y Francesc Riera: “El patrimoni documental, un bé oblidat?”. En El nostre patrimoni cultural (III Congrés). Palma: Societat arqueològica Lul·liana, 1994, ppp. 177-182
Fuente: http://archivisticayarchivos.wordpress.com/2012/12/18/el-deterioro-de-la-memoria-escrita-el-caso-de-la-tinta-asesina/
Posted on 18 de diciembre de 2012
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